UN PÁJARO LLAMADO MICHAEL KEATON

 
Nombre: Michael John Douglas.
 
Nacimiento: 5 de septiembre de 1951 en Coraopolis (Pennsylvania).
 
Profesión: Caballero oscuro, alguacil idiota, psicópata y actor en ciernes, entre otras.
 
Estado civil: Divorciado y con un hijo.
 
Situación actual: Nominado por primera vez al Oscar por su papel de Birman, que le ha valido el Globo de Oro al mejor actor de comedia.
 
A menos que la física cuántica le fastidie la noche, Michael Keaton dormirá la noche del 27 de febrero con un Oscar bajo el brazo. Una recompensa de alguien que se ha pasado años olvidado, después de su gloriosa época en los 80 y parte de los 90. Dejó la capa de Batman tras finiquitar la etapa gótica de la versión del murciélago de Tim Burton y, poco a poco, su estrella se derritió como ese muñeco de nieve al sol que interpretó en Jack Frost, quizá el último blockbuster que firmó como protagonista.  A partir de ese punto, su filmografía asta firmar secundarios tan terciarios en films como en Un Romance peligroso o Herbie, a tope, ese remake del bólido vintage protagonizado por Lindsay Lohan.
 
Para mas inri, pudo ser Jack en Perdidos, pero lo dejó porque no queria ligarse a una serie y siguió en el ostracismo. Deambulando entre la TV-Movie y el film de escaso o nulo estreno en los cines, en que lo más destacado fue la infravalorada miniserie The Company, al lado de otra figura hasta hace poco también olvidada de los 90 como Chris O’ Donell.
 
Ahora por fin, Michael Keaton puede no sólo volver al Olimpo del injusto y amnésico Hollywood, sino que lo puede hacer…interpretándose a sí mismo. O como mínimo, a un personaje que tiene muchos paralelismos con su figura pública. Y es que Birdman no sólo es un caramelo, sino que además esta servido en bandeja de plata. La concepción visual del film entorno en un único plano secuencia, culmina un ejercicio de precisión interpretativa mimética por parte del cast, que se convierte por su dificultad en un triple salto mortal con tiburazón.
 
Keaton no sólo sale airoso del desafío si no que se nota cómodo en el histriónico mundo entre bambalinas de un teatro (no en vano, es Bitelchús, amigos) y también cuando el drama llama a la puerta sabe entregarse a su papel, dejándose una piel dónde no tiene el pudor de señalarnos los estragos del paso del tiempo en su cara.
 
Y es que ver a un actor desnudarse emocionalmente de la forma que lo hace el actor, no se ve todos los días. Aquí no hay juego de máscaras. Lo que hay es sinceridad y autocrítica feroz en un suicidio casi actoral, que es tan catártico para él como para nosotros. Y que pide reconocimiento en forma de estatuilla dorada.
 
JOAN BOTER ARJONA.-

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