HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE: BELICISMO CREYENTE

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Aunque haya gente que aún piense que el cine lo inventó Spielberg, Scorsese o Tarantino, el cine viene de mucho antes. El cine lo inventaron los hermanos Lumière y luego lo convirtieron en lo que es hoy en dia directores como Meliés, Murnau, Fritz Lang y mas tarde autores como John Ford o Howard Hawks en la época de los grandes estudios. Actualmente, el cine vive en una especie de burbuja creativa que parece incapaz de revisitar argumentos o esquemas mas allá de los años 70 hacia adelante. Y muchas veces sin mucho acierto

Por eso, cuando un cineasta usa las bases del cine clásico no solamente como mera referencia intelectualoide, sino como camino a seguir para ejercer su propia mirada, choca al espectador actual. Así le ha pasado a Mel Gibson que con Hasta el último hombre ha hecho una película de guerra de los años 30 o 40 como si ese cine hubiera sido el caldo de cultivo hasta el día de hoy y hubiera ido evolucionando sin salirse de sus cauces. No es difícil ver la ironía en la idílica historia de amor de la primera parte que Gibson retrata con la inteligencia que el director de Que verde es mi valle hubiera hecho aunque con una mirada actual; ya que la cinta habla no solo de un tema universal sino de un tema muy pertinente en los tiempos que corren: Un alegato de la vida en un mundo que aboga a favor de la muerte.

Los logros de Mel Gibson son encomiables tanto en la primera parte de la historia como en la segunda ubicada en la guerra en el Pacífico. En este segmento es cuando empieza la guerra, tan brutal o más que la de Salvar al Soldado Ryan. Sin embargo, aquí el mensaje no es salvar a alguien mientras se planta cara al enemigo sino algo muy diferente. A la postre, este un film sobre las creencias, la tolerancia y un film reinvidicable no sólo para el director de Apocalypto sino para un Andrew Garfield magnífico, un Hugo Weaving espectacular o una galería de secundarios en la que lucen todos, del primero al último. Eso sí, solo un pero. El plano final es algo redundante, como si Gibson estuviera a punto de caer en el maniquiesmo que esquiva durante todo el metraje de forma ejemplar. Pero eso no implica que estemos ante una de esas obras que me hacen creer en la fuerza del cine la mire por donde la mire. Así que no os la perdáis.

JOAN BOTER ARJONA.-

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