Shyamalan es un director de contrastes; de altos y bajos; de blancos y negros. Capaz de lo mejor y de lo peor, el cineasta indio también polariza la crítica de prensa y público, que suele dividirse entre fervientes seguidores y absolutos detractores. Pero lo cierto es que, si nos alejamos de filias y fobias, Tiempo no es ni una obra maestra ni un auténtico despropósito. Es, simplemente, una buena película.
Fiel a su irregularidad, lo nuevo de Shyamalan da constantemente una de cal y otra de arena. Por un lado, las actuaciones son generalmente flojas, extrañas, como fuera de lugar. Y el guion durante los primeros compases del filme es una sucesión infinita de referencias forzadísimas al tiempo y al paso de este. Por otro lado, resulta muy satisfactorio ver que no hay ningún arma de Chéjov y que toda semilla que se planta a lo largo de la película en forma de objeto, concepto o trama acaba teniendo su peso tarde o temprano.
Otra cara de la moneda es que el director parte de una premisa genial: distintas familias que se alojan en un hotel de lujo van a una cala preciosa y totalmente desconocida a pasar el día. ¿Quién no ha soñado con un plan así en la Costa Brava o las Islas Baleares? El único problema es que el tiempo pasa mucho más deprisa ahí y que es imposible huir del idílico entorno. Una idea interesante y original que, desgraciadamente, muestra nuevamente la cruz al no cumplir con todo su potencial.
Las relaciones entre los personajes carecen de demasiado interés, sobre todo teniendo en cuenta que se forjan en el transcurso de un día en una playa. Además, el cúmulo de gente no deja profundizar demasiado en ninguno de ellos. Sin embargo, hay que reconocer el mérito de crear interacciones creíbles y relevantes entre personajes que se desconocen entre ellos y en tan poco tiempo. La puesta en escena en formato de obra teatral está bastante conseguida y permite ir cambiando hábilmente el foco de atención.
Pero el mérito más grande de Tiempo es su capacidad de mantenernos en tensión durante todo el metraje. El misterio que rodea la playa y los constantes contratiempos provocados por el acelerado envejecimiento mantienen en vilo al espectador, que prácticamente no puede ni respirar. Destaca, además, el magnífico uso de la cámara, que se convierte en un elemento narrativo imprescindible en la recóndita cala, desconcertando al público y haciéndolo partícipe de lleno de lo que sucede a los protagonistas. Tanto que hasta puede llegar a provocar alguna indigestión entre los asistentes dada la mezcla entre terror, aprensión y algún que otro mareo.
Es evidente que Tiempo creará mucha controversia y debate entre cinéfilos. Directores como Nolan, Verhoeven o el propio Shyamalan no pueden escapar a la polémica con cada nueva película que lanzan. Sin embargo, más allá de las estridencias, debe reconocerse que Tiempo es una propuesta interesante que consigue cautivar la atención de principio a fin. Aunque sea con un desarrollo irregular y plagado de aspectos mejorables, Shyamalan nos brinda un auténtico thriller del que no podremos escapar, como si de su misteriosa playa se tratara.
MARTÍ ESTEBAN.-