The Old Man & The Gun, de David Lowery, es un tributo a Robert Redford y se afirma que es su despedida de la gran pantalla como actor.
Se trata de una historia real de corte intimista y pausado, a cargo de David Lowery (A Ghost Story), que cuenta los atracos que hizo Forrest Tucker, un ladrón casi octogenario en EEUU (Redford) a lo largo de su vida, así como sus numerosas fugas de la cárcel. En concreto, desde que tenía 15 años (allá 1930) cometió centenares de robos y protagonizó nada más y nada menos que 18 fugas carcelarias. Se caracterizaba por sus modales de caballero, y por ser absolutamente respetuoso y amable con los trabajadores y clientes de los bancos que robó. Además, nunca tuvo que disparar un arma ni matar a nadie para lograr su botín.
La película se centra en la investigación/relación entre el inspector policía (Casey Affleck) que se encargó de sus últimos casos y el atracador, que se combina en paralelo con la tierna relación amorosa con una viuda dueña de un rancho (interpretada por Sissy Spacek). Sus personajes sirven de contrapunto para entender a este ladrón elegante y contar sus verdaderas pulsiones y aspiraciones. Es en la relación de admiración que le profesa el policía y en la de amor que siente la que fue su última pareja en que nos damos cuenta que más que un criminal temible era un ladrón que resultaba admirable e incluso, era digno de despertar simpatía. O, al menos, así es cómo nos le presentan en este film.
Robert Redford está magnífico en este papel especialmente pensado para él. El actor de películas tan míticas como Dos hombres y un destino, Descalzos en el parque, Todos los hombres del presidente o Memorias de África todavía disfruta tanto del intimismo de una historia como de realizar alguna secuencia de acción y, sobre todo, de reflexionar sobre la propia necesidad del actor de «robar» la complicidad a sus espectadores de diferentes generaciones con una simple mirada, un cálido gesto y un diálogo socarrón, que les invite a sentirse llenos de vida.
Así pues, lo más llamativo es el retrato crepuscular de un hombre que no robaba para vivir, sino para sentirse vivo y, que si no cometía atracos sentía que tenía un vacío, que le faltaba algo esencial. Así pues, este drama con toques de comedia y mucho clasicismo se convierte en un cuento moral sobre la necesidad del ser humano de abrazarse y entregarse a su pasión, a aquello que a cada uno le hace vibrar y le da sentido a su vida.
SONIA BARROSO.-