SPENCER: DEL CUENTO DE HADAS AL DE HORROR

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Spencer no es un biopic, sino un estado de ánimo. Pablo Larraín relata cómo un cuento de hadas se va convirtiendo en una historia de terror, a través de la incomodidad, la angustia y la tristeza en la que se va sumiendo Diana Spencer, la princesa de Gales, en la última Navidad que la obligaron a pasar en la finca de Sandringham en Norfolk junto a la familia real. Un fin de semana encorsetada en absurdos protocolos, comidas y cenas de gala, en la que no puede sentirse ella misma, con un matrimonio que hace aguas, en una casa en la que «las paredes oyen» y dónde apenas encuentra a alguien para hacer sus confidencias y expresar sus preocupaciones de no ser por una de sus asistentas de vestuario.

En el deambular casi fantasmal de Diana por las estancias de la mansión y en su huida nocturna a Park House, la casa dónde albergó sus momentos felices de la infancia, vemos a una mujer que lucha por mantener la compostura en público mientras que en privado intenta no dejarse arrastrar hacia una espiral de sufrimiento ni de locura. Los recuerdos del pasado la atormentan en el presente, así como la certeza de que no hay futuro pare ella y lo sabe. Sólo existe un pasado y un presente roto en mil pedazos por las habladurías, los rumores, la infidelidad de su marido y la indiferencia de su familia política, a la que sólo le importan las apariencias y que la vio sólo cómo pieza para «parir a futuros príncipes».

Larraín humaniza aún más a Diana, una mujer sobre la cuál se mascaba la tragedia -significativa la asfixiante escena de la primera cena al respecto-, que sólo necesitaba más amor, sorpresas y risas en su vida. Kristen Stewart mimetiza muy bien a Diana, en sus gestos, en sus miradas llenas de dolor o de alegría -cuándo puede estar libremente con sus hijos, ya que los momentos maternales son su gran alivio-. Y consigue poner de manifiesto su desdicha en esta recreación de lo que podía haber sentido Diana en aquel momento de su vida en que vio que quedaba muy poco de aquella chica discreta y soñadora, que se casó años atrás con el príncipe Carlos.

No vamos a compararla con Jackie, la aproximación que hizo a la primera dama de Estados Unidos tras la muerte de John Fitgzerald Kennedy, aunque sí que es cierto que el retrato de esa mujer poderosa, fuerte y vulnerable al mismo tiempo, sumida en circunstancias trágicas, aquí vuelve a ser certero y lleno de delicadeza.

En definitiva, una película que es el grito de dolor de un pájaro enjaulado que necesita amor y libertad, y que va más allá de los tintes biográficos para sumergirnos en la esfera íntima y emocional de Diana Spencer. Para ello, Pablo Larraín ofrece una dirección con brío, a caballo entre el clasicismo y la modernidad, que también se sustenta en la atmosférica fotografía de Claire Mathon, -que recrea a la perfección la época, así como sus escenarios más  fantasmagóricos-, el espléndido vestuario de Jacqueline Durran, la envolvente banda sonora de Johnny Greenwood y la aproximación a la figura de Diana que perfila Steven Knight con su guión. Todo ello, junto a la recreación que ya hemos apuntado que realiza Kristen Stewart, hace que nos encontremos ante una de las propuestas más inquietantes y sugerentes del año, a la par que inesperada.

SONIA BARROSO.-

 

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