SOLO EN EL COCHE

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Un hombre conduciendo por una interminable autopista hablando por el manos libres. Eso es Locke. No es la primera vez que el cine reduce tanto el espacio y la acción física. No obstante, cada vez que nos llega una propuesta así, dichas ideas acaban fluctuando  muchas veces en productos falaces, llenos de efectismo e inverosimilitud a costa de un presunto placer estulto; excesivamente radical para este cronista. Locke es todo lo contrario.

Steven Knight bebe de lo mejor del teatro para la construcción del único personaje, empezando a crear capas en el personaje a medido que avanza el metraje. También emplea en este Locke, las mejores virtudes narrativas del cine en su labor como director: El uso del lenguaje cinematográfico para encerrar aún más el protagonista en el chasis de ese coche, llenando de sombras y luces de color simbólico, el camino que se vislumbra a través de los reflejos en las ventanillas. (En uno de los trabajos más notables del director de fotografía, Haris Zambarloukos, a la altura de su labor en Thor).

La historia no va de asesinatos, ni robos, ni conspiraciones gubernamentales. Es un hombre y el de su moral. La integridad de un hombre aparentemente sereno, impoluto, enfrentado a un error que abatirá todo su mundo. La mayoría de los hombres ante tal decisión se escondería. Pero él toma una decisión y se enfrenta a las consecuencias, mientras comprueba a través del altavoz de su vehículo como todo se tambalea, ya sea en su trabajo o en su vida personal. Él, exiliado en esta odisea peregrina deberá dividirse en varios fragmentos y responsabilizarse del rastro de calamidades que han conllevado esta decisión. Lo difícil es saber si podrá aguantar una carga tan pesada…

Ese el conflicto que se desarrolla todo durante el film. Imposible seria el film sin el trabajo de Tom Hardy, un ejercicio de contención más que encomiable donde lo fácil hubiera sido arrastrarse por la hipérbole dramática…Menos es más. Como este ejercicio dramático de suspense que nunca aburre;  aunque a veces se le agote el inventario de recursos visuales entre tanto plano a lo Michael Mann. Quizá sea ese su punto más flaco: Knigth está muy influenciado por el cineasta de Collateral y las cosas como son: Al César lo que es el César…Tampoco acabo de comprar cierta fórmula que se aplica para reflejar el sentimiento interno de nuestro conductor. Particularmente, me da la sensación que dicho recurso se nos ofrece algo fuera de tono, cuando no era necesario debido a la interpretación matizada de su protagonista.

Sin embargo, en términos globales esta cinta (que no llega a la hora y media de duración) no sólo se trata de una muy buena película: también significa un halo de esperanza para quienes se resisten a claudicar a los que auguran la muerte del cine; al no encontrar ni en continente ni contenido nuevas formas de contar historias. No la dejen escapar.

JOAN BOTER ARJONA.-

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