SÓLO EL FIN DEL MUNDO: FAMILIA EN CONFLICTO

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Xavier Dolan es un autor personalísimo, amado y odiado a partes iguales, pero al que no se le puede discutir un gran arrojo como cineasta a la hora de plasmar un universo muy personal y reconocible, en el que se asientan unas relaciones familiares siempre intensas y/o conflictivas. A sus 27 años y con tan sólo 6 títulos en 7 años de carrera, el canadiense ha logrado un estatus de director reconocido en grandes festivales de cine, como Cannes, en el que Mommy se llevó el honor de compatir ex-aecquo el Gran Premio del Jurado con Adiós al lenguaje de Jean-Luc Godard. Precisamente, fue de nuevo en el prestigioso certamen de la Costa Azul donde en 2016 ganó, de nuevo, el Gran Prix del Jurado con su última película, Sólo el fin del mundo.

Adaptando una pieza teatral de Jean-Luc Lagarde que lleva el mismo título, Sólo el fin del mundo supone el regreso de Dolan a sus apasionantes historias familiares, que tantos buenos/malos ratos nos han proporcionado. Louis (Gaspar Ulliel), regresa al hogar familiar tras 12 años de ausencia. Tiene 34 años, es un autor prestigioso y está deseoso por comunicarles personalmente una terrible noticia: Está a punto de morirse y quiere encontrar en el transcurso de una comida familiar el momento propicio para revelar la noticia. En casa se encontrará con su madre (Nathalie Baye, ¡qué gran momento a solas con su «hijo pródigo»), un poco controladora, pero que es el pilar de la familia, que lo ama pero no le comprende; con su hermana pequeña Suzanne (Léa Seydoux), quien tenía 10 años cuando se marchó y que le resulta extraño, pero que le gustaría tratarle más; su hermano mayor Antoine (Vincent Cassel) tan esquivo como agresivo e irascible y su comprensiva cuñada Catherine (Marion Cotillard), la mujer de Antoine, a la que no conoce aún en persona.

Poco a poco, Dolan, con opresivos y claustrofóbicos primeros planos en los que encierra a estos personajes, nos irá tejiendo (¡ y de qué modo!) una tela de araña familiar en la que los miedos, la incomprensión, la falta de comunicación, las rencillas y los rencores irán aflorando en cada una de las conversaciones que mantienen durante el transcurso de un bastante acalorado ágape familiar. Asimismo, dos flashbacks con acertados interludios musicales (que ya son parte del sello Dolan), servirán para desengrasar momentáneamente la tensión del ambiente.

Sin ser tan redonda como Yo maté a mi madre o Mommy, en Sólo el fin del mundo, Dolan me atrapa en su universo y no me suelta; me interesa el conflicto entre los personajes, los veo reales, no me son lejanos. Y sí que es cierto que hay discusión, gritos y momentos de mucha tensión verbal pero…¿quién no los ha tenido alguna vez en su vida familiar real?

SONIA BARROSO.-

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