Cuando desde Faces on the Box valoramos hacer un monográfico especial sobre neowestern nos encontramos en la diatriba de decidir qué momento marca el final del western como tal (si se puede llamar final) y el inicio del neowestern. Esa fecha fue el 3 de agosto de 1992: La fecha de Sin Perdón, de Clint Eastwood, artista polifacético, hombre de cine, que trabajó en westerns de corte clásico, tanto en celuloide como en televisión, y spaghetti westerns como la «Trilogía del dólar”.
Dicha decisión fue fácil, Sin Perdón es el último gran clásico del género de los sombreros, las cabalgadas hasta el amanecer y las pistolas. Se considera un clásico por ser obra cumbre y por la cantidad de premios que ganó. Un hecho que no marca la adultez del género, pero sí determina la aceptación del mismo por parte de un público y una crítica que normalmente le miraba con desdén y por encima del hombro, como si fuera el hermano pequeño al que se le acaricia la cabeza con aire de superioridad.
Sin Perdón puede considerarse un western clásico por la forma: Planos amplios, ausencia de zooms, utilización de cámara fija, un ratio de aspecto no excesivamente panorámico, composiciones medidas, iluminación con luz muy dura y banda musical minimalista. Por otro lado, el fondo, tiene los valores del spaghetti western: desmitificación del género, bajeza moral, personajes malhablados, desnudos, mucha violencia y mucha sangre y suciedad y frases lapidarias. Puede que sea la mezcla (casi) perfecta de los dos grandes estilos de western.
Clint Eastwood guardó el guión de David Webb Peoples en un cajón hasta tener la edad suficiente para poder encarnar al William Munny, viejo ex forajido y ex alcohólico, reformado por su fallecida y amada esposa (cuya aura sobrevuela toda la película), que mató “a mujeres y a niños y disparó sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera” y cuyo nombre causa pavor solo de escucharlo.
William Munny se retiró y dejó la mala vida para formar una familia y ser feliz. Pero la vida real en el salvaje oeste era cualquier cosa menos fácil y feliz y encontramos a un hombre viudo rozando la vejez que debe mantener a dos hijos, una granja en medio de la nada y una piara de cerdos enfermos que sitúan a su familia en el umbral de la pobreza. Todo era más fácil cuando era joven, bebía en demasía y apretaba el gatillo con excesiva facilidad. La visita de un joven de aire chulesco, Schofield Kid, contratado para vengar la agresión a una prostituta, hará que tenga que dejar la labor que prometió hacer y que está matando de hambre a su familia. El dinero siempre ha marcado el devenir de la sociedad, ahora y hace 100 años y Will Munny necesita dinero urgentemente para tener otra oportunidad, una oportunidad de verdad para dejar de estar al margen de la sociedad. También necesita tener 20 años menos para poder montar a caballo con agilidad y utilizar una pistola y no un rifle. Pero los años pasan para todos, incluso para una leyenda de la maldad como él. En su aventura les acompañará Ned Logan, antiguo compañero de travesuras que sí ha conseguido reformarse del todo.
Sin Perdón está plagada de personajes, momentos y diálogos memorables para los amantes del western y del cine en general. En la sociedad que muestra la película encontramos a mujeres de “mal vivir” empoderadas; a un sheriff extremadamente violento y con un sentido muy particular de impartir justicia, que solo quiere construir una casa con sus propias manos; a un atajo de acólitos que se creen valientes y no son más que una panda de cobardes; a un joven que dice haber matado a seis personas, pero se asusta al ver morir a un hombre porque “le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener; y a un fanfarrón pistolero inglés acompañado por un escriba que “imprime su leyenda”.
Sin Perdón es la lucha de la modernidad contra los viejos tiempos, una especie de Balada de Cable Hogue muy sui generis. Los jóvenes quieren ser como los hombres de antes, valientes y pendencieros, pero no están capacitados para ello, los tiempos han cambiado y cargar con el peso de esos actos no es fácil; y los que ya han sobrepasado la madurez buscan la paz y una vida más acorde con el progreso pero la sombra de la violencia que arrastran tras de sí es demasiado alargada como para alejarse de ella.
Cuando Will Munny se encuentra con la obligación de resolver el asunto de una vez por todas, y vengar la muerte de su amigo y compañero Ned, vuelve a beber para convertirse en lo que otrora fue. Él es un mito de la maldad pero basado en hechos reales, no necesita ningún escritor a su lado para que le ponga florituras a sus aventuras, sus acciones son reales por mucho que se avergüence de ellas. Y ahí es cuando, en un tiroteo en las antípodas de la epicidad, nervioso, febril y de iluminación tenebrista, entendemos perfectamente por qué era temido. Tras la matanza, desaparecerá para siempre con su familia y comenzará una nueva vida en un lugar donde sea un don nadie sin pasado.
Sin Perdón es un western desmitificador (no me gusta la palabra “crepuscular”); los villanos reformados son mejores villanos que seres bondadosos y los hombres sobre los que se escriben libros no son más que aprovechados. Porque, a fin de cuentas, el salvaje oeste es más mítico que real. Y eso es lo que ha llegado hasta hoy. Eso y un peliculón como Sin Perdón.
MANEL SÁNCHEZ.-