SAM MENDES: TÉCNICA Y EMOCIÓN

Sam Mendes en 1917

Sam Mendes (cuyo nombre real es Samuel Alexander Mendes) parece uno de esos profesionales de la industria que han sido tocados por una varita. Ya desde joven, este británico nacido en Reading (Berkshire), empezó a dirigir obras de teatro y, con solo 24 años, dirigió a Judi Dench en una obra de Chéjov en el mismo West End, en Londres. Luego, consolidada su carrera teatral de éxito y tras algunos coqueteos con la realización televisiva, debutó en el cine  nada más y nada menos que con una cinta que no sólo arrasaría en los óscar, sino que, además, se convirtió en un clásico instantáneo para crítica y público: American Beauty, la ácida disección sobre la sociedad americana que revolucionó los años 90.

A partir de aquí, tras conseguir su primer Oscar, Mendes fue a más y nos enseño que lo suyo no era flor de un día. Su próximo film nos regaló un clásico noir que también se convirtió en catedralicio: Camino a la Perdición. Sin embargo, esta vez la academia no fue tan solícita con el film del británico, premiando solamente la excelente fotografía de Conrad L. Hall y desperdiciando la ocasión de galardonar, por ejemplo, el último gran rol de Paul Newman como capo mafioso crepuscular. A partir de ahí, a excepción del trabajo del otro gran clásico que “divorció” al matrimonio de Titanic (Magnífica Revolutionary Road en la que fue nominado por su dirección), Mendes parecía un nombre ilustre que se alejaba de los films oscarizables mientras combinaba su carrera en las tablas con montajes como el de «The Ferryman», con el que ganó el Tony a mejor realizador teatral. Y es que tanto Jarhead como Away We Go se alejaban de todo eso, así como su contribución a la saga Bond con Spectre y sobretodo con su predecesora, Skyfall, uno de los films de James Bond más exitosos y celebrados por público y crítica.

Sin embargo, últimamente parecía que el talento de Mendes no encontraba la historia que podía volver a enseñar su talento. Spectre, sin ir más lejos, empezaba con un espectacular plano secuencia en el Día de los muertos en México, fotografía cortesía de Hoyte Van Hoytema, habitual del cine de Nolan desde Interstellar. Anteriormente, Mendes había empleado a Roger Deakins en Skyfall con grandes resultados y parecía que el uso de otro gran cinematográfo como el neerlandés sería otro gran paso a su cine. Pero el problema no fue ese. Porque al film, espectacular en dirección y fotografía, le faltaban enteros para llegar al nivel de Spectre.

Citamos esto porque 1917 nace de ahí, igual que de la anécdota que el abuelo del realizador le contó acerca de la primera guerra mundial. Roger Deakins, Thomas Newman y Sam Mendes, el trío reunido para contar una gran historia, como esa de las que merece contar y que puede gustar a crítica y público por igual. Y eso es lo que nos ha presentado 1917 a través de un falso plano secuencia durante 2 horas, como si el inicio de Spectre fuera un ensayo para lo que tocaba por venir.

Dicho esto, el resultado es brillante, tanto como para arrebatarle el Oscar a Martin Scorsese, Todd Philips o Bong-Jon Hoo con total justicia. A día de hoy, parece que así será y si no sucede, será para quien suscribe, totalmente injusto. No solo por la perfecta e invisible continuidad del plano secuencia que es lo más obvio de comentar para una cinta que debe ser tan milimétrica. Es por las actuaciones que saca tanto de sus protagonistas como de los “cameos”. Es por trasmitir a través de sus encuadres, por pautar el ritmo interno de los planos, por dirigir todos los departamentos de forma titánica y exquisita. Es por TODO eso. Por todo ello, Mendes merece el Oscar a mejor director. Y que eso sea un empujón más para que siga encontrando historias que valga la pena contar y pueda contarlas como lo ha hecho aquí o en sus otros grandes clásicos. Y más si son historias tan necesarias y “mágicas” como esta.

JOAN BOTER.-

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