El talento de Isabelle Huppert es una auténtica garantía para cualquier película y Promesas en París lo demuestra con creces. Acompañada también por un buen reparto coral (en el que destaca especialmente Reda Kateb), Huppert da vida a Clémence, la humilde alcaldesa de una ciudad cercana a París que despierta una gran ambición al ser propuesta como ministra.
Parece que la carrera política de Clémence ha llegado a su fin. Su segundo mandato como alcaldesa se está acabando y la promesa de no presentarse de nuevo parece no afectarle en nada. Lo único que le preocupa es su gran proyecto de reformar un conjunto de edificios en muy mal estado, donde los vecinos viven en la más absoluta precariedad. Sin embargo, los fondos para dicha renovación corren peligro y la lucha a contrarreloj para conseguirlos quedará en segundo plano cuando emerjan las aspiraciones políticas de Clémence.
Promesas en París nos enfrenta a la eterna dicotomía entre el interés personal y el interés general. Nuestra protagonista se enfrenta a los habituales cantos de sirena de la política y deberá apostar por su propia carrera o por los derechos de sus conciudadanos. Una narración de puro suspense y salpicada por las corruptelas que habitan siempre en los más oscuros recovecos de la política.
Aunque le falta algo de épica, la cinta nos mantiene generalmente atentos a lo largo de la película, que, incluso tratando temas algo densos, no se hace para nada larga. Además, el final hace justicia al mensaje del film y es sin duda su punto álgido.
Thomas Kruithof logra un producto algo inferior a las grandes películas francesas de temática social de los últimos años. Sin duda, Intocable, Especiales o Los Miserables de Ladj Ly son mucho más redondas e impactantes. Pero eso no quita el mérito a Promesas en París, un buen entretenimiento que hará reflexionar al público.
MARTÍ ESTEBAN.-