OVEJAS SIN TREN

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Hacer una película es una labor al que podíamos definir de muchas formas, pero nunca como sencilla. Es un proceso largo de muchas horas de trabajo tanto de trabajo previo, como del propio rodaje y de post-producción en el que intervienen miles de manos que tienen que ir como en Fuenteovejuna: «¡Todos a una!». Sin embargo… ¿Qué sucede cuando dicha labor, por una razón u otra, no se traduce en pantalla? Pues quizá algo parecido con Las ovejas no pierden el tren, una comedia sobre «un grupo de amigos, en sus 40, encaran los cambios a los que se enfrenta la sociedad actual» y que no sólo es un conjunto de clichés sino que ,bajo mi prisma, no tiene ni gracia, ni coherencia, ni mínima verosimilitud.

   

Las pistas de tal desatino empiezan por el montaje. La cinta de Álvaro Fernández Armero está confeccionada con una composición mas que dudosa: Llena de multitud de cortes que ralentizan el metraje de las escenas de unos actores que parecen recitar los diálogos con desgana, cuando no sobreactúan. Particularmente, quito de la ecuación a los secundarios Irene Escolar, Kiti Manver y un gran Miguel Rellán (que, como mucho, sale sólo 5 minutos, eso sí) de tal resultado desafortunado. El resto no lucen creíbles, mención especial, para una Candela Peña tan sobreactuada y tan «recitadora», que parece auto sabotear deliberadamente el film.

Es triste decirlo pero lo mejor que se puede decir es que dura poco más de hora y media. Y es que hasta el libreto es demasiado manido: La trama del bloqueo del escritor que encuentra una nueva vocación (Arévalo), la mujer con ilógico sentido maternal (Cuesta) o la pareja de hombre maduro y mujer joven (San Juan y Escolar).

Además del hecho de que su planteamiento no es novedoso, la evolución de dichos arcos narrativos tampoco no subvierte sus cimientos puesto que dichos desarrollos representan un ejercicio de déjà-vú impresionante. Y lo peor es cómo el guión lleno de incoherencias intenta ocultar dichas carencias con momentos más propios del surrealismo que de un film como el que nos ocupa, sobre todo en lo que se concierne al personaje de Candela Peña, cuya excentricidad parece valer «para todo». Por último, la efectividad de sus «gracias» no la encuentro en ningún lado: Con algunos sketches de buena materia prima, pero ejecutados de forma ortopédica a más no poder (por ejemplo, el gag del coche compartido).

En fin, para servidor un film sin gracia, aburrido y mal interpretado. No os la puedo recomendar, la verdad. Pero si queréis verla, adelante. Quizá encontréis más alicientes que un servidor para la nueva comedia española de la temporada. Lo que sí os puedo decir es que esto no tiene nada que ver con la rom-com amable de Ocho apellidos vascos: Ni en el tipo de film ni como podréis deducir por mis palabras, por calidad. En fin, otra vez será.

JOAN BOTER ARJONA.-

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