NO MIRES ARRIBA…QUE ES PEOR

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El ser humano es listo, pero la manada es borrega. Es maleable, moldeable. Y lo ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales, así que no es de extrañar que cada vez que hay un cataclismo salga, no mejor de cada uno (cada vez más escaso) y lo peor (cada vez más frecuente). Y si hay un director que le encante recordarnos los defectos humanos desde un punto de visto irónico es Adam McKay. Sólo hace falta asomarse a sus últimos títulos, como La gran apuesta o El vicio del poder para ver cómo nos pone enfrente de personajes reales que sin apenas escrúpulos se aprovechan de una sociedad ignorante y manipulable en su propio beneficio.

En el caso que nos ocupa de No mires arriba va un paso más allá. Aquí directamente nos pone al frente de una crisis mundial perfectamente palpable (nada de vertientes económicas o políticas que la gente de a pie no siempre palpa, no, esta vez tenemos un enorme meteorito directo a nosotros para matarnos sin piedad). Y lo hace con dos héroes bien humanos y cercanos en cuanto a sus defectos, que los tienen, y virtudes, a través de Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence, tratando de convencer a los que tienen el poder de que la destrucción no conoce ideologías políticas ni credos ni razas, todos estamos perdidos si no reaccionan a tiempo. Y ahí es donde surge la magia en forma de presidenta de Estados Unidos (sublime Meryl Streep, recomiendo ver un video donde demuestra su nivel de improvisación en cierta secuencia de presentación en la Casa Blanca) y su equipo de asesores. Y en forma de gurú de la tecnología con síndrome de Mesías (que bien se podría llamar Musk, Bezos, Cook o Gates). La magia de caricaturizar a la política y mostrárnosla a tal nivel que uno no sabe si la caricatura es ficción o la realidad es la caricatura verdadera.

Ya no es que nos ponga enfrente de un espejo deformado, es que nos dice que los deformados somos nosotros y nos es tan cercano todo lo que ocurre que podemos poner nombre y apellidos a muchos personajes que aparecen, tanto conocidos como personas desconocidas próximas a algunos de nosotros (¿quién no tiene un vecino/familiar/ cuñado negacionista?). Una crisis mundial, una clase política preocupada por su status en lugar de por la gente, científicos gritando a los cuatro vientos los datos y certezas de lo que se acerca sin recibir ningún apoyo e incluso siendo ridiculizados (brutal la imagen de los medios de comunicación y el momento “que vuelva el científico mono pero no la histérica”), consignas populares (y populachas) que calan en la gente sin más intención que hacerles mover al ritmo que quieran y que ignoran cualquier atisbo de objetividad. Todo demasiado cercano y conocido por todos aunque no hablemos de meteoritos.

Entiendo la crítica que un sector ha lanzado contra la película de ser poco sutil. De hecho, ¿necesitamos sutileza o que nos lancen un ladrillo a la cara? Porque eso es lo que es: Un ladrillazo en la cara que no busca hacernos reflexionar ni cambiar. El cambio ya no existe, es lo que somos. Negamos que la Tierra es plana, negamos que la medicina cura, negamos que los datos sean objetivos, negamos hasta que nuestra madre nos dió a luz (algunos se han generado por generación espontánea por lo visto). McKay no pretende que reflexionemos porque ya no existe reflexión, simplemente el irremediable destino de que el meteorito nos caerá encima y lo recibiremos haciéndonos selfies en Instagram. Eso sí, con un bonito filtro para la foto.

JOSÉ ISAAC PELLICER.-

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