LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL: LOVE STORY CINÉFILA

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La vida personal de una gran actriz tiene que ser tan digna y admirable como su vida profesional, y esta dignidad tiene que llevarse hasta sus últimas consecuencias. Esta máxima podría aplicarse muy bien a la vida de Gloria Grahame, gran dama del cine y del teatro, bien retratada en Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, un maravilloso drama romántico de título bien significativo, que recoge los dos últimos años de vida de esta actriz del Hollywood dorado, quien trabajó en un buen puñado de títulos en los años 50, se dejó aconsejar por Humphrey Bogart y ganó un Oscar por Cautivos del Mal.

Precisamente, la historia está contada desde el punto de vista de Peter Turner, un joven actor de 28 años que comenzaba a tener sus primeros papeles en el teatro en Liverpool a finales de los 70. Cuando se conocieron, Gloria también trabajaba en la escena teatral británica y soñaba con interpretar a Julieta con la Royale Shakespeare Company.

La película está narrada en dos tiempos: En 1981 cuando Gloria cayó muy enferma y Peter y su familia -qué grande es Julie Walters, que interpreta a la madre de Peter- tuvieron que cuidarla en Liverpool y a través de flashbacks en los que Peter se evade de la dura realidad de la enfermedad de su amada -y por ende, nos evadimos todos los espectadores- recordando su apasionada relación con Gloria, bastante mayor que él, que se desarrolló entre Liverpool y América (California y Nueva York) dos años antes. Hay que ver qué bonitas transiciones cinematográficas las de las puertas que se cierran y abren.

Destaca la elegancia con la que Peter McGuigan narra esta cautivadora love story, así como la honestidad y la verdad que Annette Bening y Jamie Bell aportan a sus personajes. La química entre ambos es tan chispeante y auténtica que se borra en todo momento la diferencia de edad, su amor estuvo siempre por encima de ésta. La picardía y la coquetería de la Grahame se combinan a la perfección con la fortaleza y la firme galantería de Turner. Y los espectadores no dejamos seducir por ellos, cayendo hechizados en su red amorosa y pasional, gustosamente, pues verles juntos compartir pantalla es mágico, desde que bailan por primera vez.

McGuigan, además, evita en todo momento caer en la sensiblería ni en la emoción fácil, dando vida a un melodrama que es tanto un homenaje al cine y al teatro -atentos a dos grandes escenas, gracias a textos shakesperianos, una de ellas con Vanessa Redgrave- y que permitirá al público acercarse a una vida llena de cine, teatro y amores de película. Absolutamente recomendable para aquellos cinéfilos y nostálgicos, a los que les guste empaparse de las vidas privadas de las estrellas y que se consideren unos románticos empedernidos. Una película que enamora.

SONIA BARROSO.-

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