LA MATANZA DE TEXAS: REDUCCIÓN A LA MÍNIMA EXPRESIÓN

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Desde su estreno en Netflix hace varios días, las conversaciones alrededor del enésimo reboot/remake/rebirth, -o como queramos llamarle-, de La Matanza de Texas giran en torno a si tanto la versión de 1974 como esta de 2022 son o no son del subgénero slasher. Para un servidor, la original no lo era y la versión remozada lo es, y de manual.

En esta época de repetir hasta la saciedad la fórmula de sagas exitosas para hacer caja, nos encontramos con que La matanza de Texas no hace lo que hacían sus predecesoras. Cualquiera de ellas, porque cada una tenía menos que ver con las anteriores. El director David Blue García, el guionista Chris Thomas Devlin y, sobre todo, el director, aquí productor, Fede Álvarez han querido hacer un slasher y de ahí no se han movido en los escuetos 83 minutos de producción. Sangre y muerte. Fin.

Nada más. Solo eso. ¿Es suficiente? Si sabes lo que vas a ver, seguramente sí. A diferencia de lo que marca el género como norma no escrita, pero más que habitual, no encontramos un grupo de adolescente con ganas de pasar unos días de sexo desenfrenado  drogadicción que se cruzan con un personaje siniestro al que tratan como tal y de los cuales este se venga del modo más sufriente posible. Encontramos a un grupo de jóvenes de ciudad, hípsters e ilusos que compran un pueblo abandonado y en aras de las gentrificación pretenden convertirlo en un paraíso urbanístico. Su plan hace aguas desde el minuto uno. ¿Quién va a ir a vivir a ese páramo que es Harlow Todo se complica cuando conocen a la señora Mc, una anciana enferma que vive con quien parece ser su hijo; un enorme hombre mayor al que no se le ve cara en ningún momento pero del que sospechamos que no está en sus cabales. El grupo ha comprado todo el pueblo al banco y la mujer y su supuesto vástago deben marcharse.

Hasta aquí llega toda la crítica social que tiene a película. Un ataque al corazón y posterior muerte desemboca en una matanza de proporciones bíblicas por parte de, ahora sí, Leatherface. Aunque sería mejor llamarle “señora Mc Face”. Los visitantes de la ciudad han despertado a la bestia. Le han cortado el único hilo de cordura que le quedada a un loco psicópata, ahora completamente fuera de control.

Esta bestia de poder sobrenatural se encuentra mucho más cerca del Jason Voorhees, de John Carpenter, que de los Leatherface anteriores. Camina pesadamente y nunca se detiene, es inmune a disparos y puñaladas y levanta a sus víctimas como si tuvieran el peso de un neonato. Si cayera una bomba nuclear sobre Harlow no sobrevirían ni las cucarachas, solo nuestro protagonista. Porque Leatherface es el protagonista absoluto de La matanza de Texas. Jamás empatizamos con ninguno del resto del elenco, no interesan, son planos y aburridos. Ni siquiera la brevísima aparición de Sally Hardesty, que vuelve para acabar con el monstruo de sus pesadillas (como Laurie Strode en La noche de Halloween 2021 ¿casualidad u homenaje?), encauza la función.

Comparados con el villano todos son agotadores y hasta merecedores de lo que les sucede. Lo siento, pero aquí soy del Team Leatherface. Y se ensaña con ellos, madre mía si se ensaña. Utiliza todos los métodos posibles y no ahorra en sangre. Pero no llegar a ser gore, otra palabra que no se utiliza a la ligera. La secuencia del autobús mostrando la violencia y la estupidez de la juventud con las redes sociales quedará para siempre. Porque lo único que puede quedar de La Matanza de Texas 2022, de David Blue García, es eso, la violencia y la inmediatez. Después, el olvido.

MANEL SÁNCHEZ.-

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