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INTENSIDAD DESBOCADA
septiembre 8, 2015 Cine de Autor

 

Susanne Bier plantea Una segunda oportunidad como un juego de contrastes. El  guión de Anders Thomas Jensen es la base sobre la que la directora danesa construye este estudio de la confrontación, del conflicto. Se contraponen personajes, clases sociales, formas de entender (o no entender) la familia, cómo se afrontan problemas y cómo, una vez llevados al límite, asoman las peores facetas del carácter de cada personaje. Sobre ello, Bier va tejiendo la tragedia, como ya ha hecho en anteriores ocasiones, enlazándola con imágenes de paisajes en calma, pero que presagian la tormenta.

Ya desde el inicio, en la presentación de los personajes, hay un esfuerzo, puede que demasiado evidente, en demostrarnos lo distintos que son los dos policías protagonistas, Andreas y Simon. Agentes y amigos, con vidas familiares diametralmente opuestas. Andreas (Nikolaj Coster-Waldau) es el esposo perfecto, en un matrimonio perfecto que acaba de dar la bienvenida a su primer hijo. Simon (Ulrich Thomsen), malvive (y malbebe) de bar en bar, tratando de ahogar en alcohol la culpa y fracaso de un matrimonio al que recientemente ha puesto punto y final. Pero ellos son los buenos, por lo que Bier y Jensen buscan en una pareja de drogadictos a los antagonistas del “poli bueno y el poli malo”.

Una vez planteados los contrincantes, el juego de identidades comienza, el blanco y el negro tan bien definidos en el prólogo dan paso a toda una escala de grises, de conflictos ya no sociales, sino también morales. Y ahí está el punto más interesante del guión y donde reside la fuerza de la película. A medida que avanza, la cinta nos invita a desmontar su planteamiento, a hacer saltar por los aires lo que con tanto esmero ha planteado en su inicio. Y, aunque resulte un tanto rebuscado, el desarrollo de esta destrucción, funciona. Gracias, en gran medida, a las sólidas interpretaciones de un reparto muy centrado, en el que destaca un Coster-Waldau lleno de matices y que salva un personaje trampa.

También es en este tramo donde el trabajo del director de fotografía, debutante en el cine, Michael Snyman, logra sus momentos más bellos y más terribles. Mientras más atormentados se muestran los personajes, mientras más sufren, más contrastan con el entorno en el que se desarrolla la película. Bier canaliza de esta manera el drama y, en el aspecto visual, el resultado supera al narrativo.

Sin embargo, a la hora de finalizar la historia, Jensen parece sentir la necesidad de devolver la candidez, la inocencia que el mismo se ha encargado de despojar, a sus personajes. En cierto sentido, la película se esfuerza demasiado, otra vez, en tomar los maltrechos girones en los que ha convertido a sus personajes, y convertirlos en una innecesaria moraleja. Bier mantiene el pulso, pero no evita que la historia acabe rotando sobre sí misma de forma prescindible. Así pues, en conjunto, Una segunda oportunidad es una película con un planteamiento potente, un buen reparto y una cuidada estética, pero se pierde en un intento de redimir a quienes, ante todo, se han de enfrentar a sí mismos.

IMMACULADA PILAR COLOM.-

 

 

 

 

 

 

 

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