Si algo ha demostrado este extraño 2020, es que Estados Unidos está más politizado que nunca. Las elecciones en USA han plasmado la realidad de un país dividido, que vive una especie de guerra civil ideológica. Delante esa disyuntiva, el mundo del cine ha tomado postura. Y si hace unas semanas vimos la versión pro demócrata del sueño americano, basada en hechos reales, en la película de Aaron Sorkin (El juicio de los 7 de Chicago), la cinta que hoy nos ocupa, Hillbilly, una elegía rural, podría ser perfectamente la otra cara de la moneda. Una historia de la América profunda en donde se muestra la forma de vida de la gente del sur y las dificultades que tienen que vivir día a día (y más aún si se quiere conseguir ese sueño “americano”).
El gran problema de esta Elegía Rural es que, a pesar de que estaría de acuerdo en que la cinta tiene algunas aristas que distan el conjunto de ser “perfecto”, considero que ha sido vapuleada con demasiado saña por gran parte de la crítica, meramente por su condición ideológica. Y eso es algo de lo que considero que un crítico debe procurar extraerse lo máximo posible, de sus propios sesgos ideológicos (más siendo europeo y bastante “ajeno” a la realidad de ese país). Porque llamar esta cinta, como he leído en algunos tabloides estadounidense, “chapuza redneck” (término peyorativo empleado para referirse a la gente del sur) es, bajo mi punto de vista, fomentar un mensaje de odio que, sinceramente, no ayuda a ninguna de las posturas.
Pero vayamos por partes. El film, llamado originalmente “Hillbilly Elegy” (término despectivo para referirse a gente que ha nacido en zonas rurales en USA) se basa en la autobiografía de J. D Vance, un auténtico bestseller en Estados Unidos. El papel principal es interpretado por Gabriel Basso en su versión adulta y por Owen Asztalos en su infancia. La cinta, articulada principalmente a través de dos líneas de tiempo, nos cuenta la historia de este Vance, un ex-marine del sur y actual estudiante de derecho de Yale, que está a punto de conseguir el trabajo de sus sueños. Sin embargo, algo se cruza en su camino. Y es que justo en ese momento, una crisis familiar (tiene una madre drogadicta con el rostro de Amy Adams) le obliga a volver a su “conflictivo hogar”, hecho que le hará plantearse las prioridades de su vida. Y en esa retrospectiva participará el otro gran pilar de su infancia, su abuela, interpretada por Glenn Close.
Las grandes bazas del film son justamente las dos grandes actrices citadas (Glenn Close y Amy Adams). El problema, es que, a pesar de que tienen mucho peso en la historia, Vance es el protagonista en primera persona y esos personajes están visto desde su perspectiva. Esa es una de las razones porque a pesar de ser, por derecho la coprotagonista de la historia, el rol de Amy Adams queda bastante deslucido. Y es que Amy Adams se enfunda perfectamente en su papel de “histérica” y “drogadicta”, pero su personaje no sobrepasa justamente esos arquetipos. De ese modo, los intentos de justificar el trasfondo del personaje me parecen vagos e insuficientes y acaban sirviendo más a la construcción de otros personajes que al de la actriz de The Arrival. Porque, en ningún momento, vemos lo que el personaje pudo haber sido sino lo que es, por mucho que lo verbalicen los personajes. Y de ese modo, la evolución de su personaje es prácticamente nula, algo que es fallido desde el punto de vista dramático.
Con el caso de Glenn Close, a pesar de tener menos metraje, la actriz aprovecha mucho mejor sus minutos (también porque el film le hace más justicia a su rol). Aquí, saben aprovechar mucho la perspectiva del protagonista para ir otorgándole más matices a un personaje, que, si bien no acabamos de conocer del todo, personalmente me deja con ganas de más en el buen sentido. De hecho, creo que los mejores momentos es cuando su rol coge protagonismo y, si bien tanto Amy Adams como Glenn Close ya deberían tener un Oscar (o más de uno), la victoria para Close sería más que merecida viendo su performance en esta cinta.
Sin embargo, el gran problema del film es que, a pesar de que no es un film explícitamente político, si contiene un mensaje de superación con algunos problemas de exposición y contenido, así como un trasfondo con una postura bastante definida. Primero, porque todo es muy obvio. “Estudia una carrera y aprovecha las oportunidades”, “Recuerda de donde eres y no olvides a tu familia, que es lo más importante”, “Disfruta de la vida que yo no tuve porque aquí la vida en el sur es muy difícil”… Todos estos mensajes se encuentran desde el minuto uno de la cinta y nos los gritan a la cara hasta final (ya sea a través de un lenguaje audiovisual muy obvio como por lo que dicen los personajes). Eso sí, no busquen un porqué. Las cosas son como son. La película responde con maniqueísmo a todo esto y, aunque pide comprensión, se excusa en la longitud de la cadena para no dar respuestas a la forma de actuar de los personajes o en una administración que, en vez de ayudar, ahoga a los personajes sin dar muchas explicaciones (las cosas en el campo son así de duras). Pero, si no comprendemos el núcleo de todo, caemos en algunas cosas que incluso el propio film critica, como un exceso de paternalismo hacia esa gente humilde, y todo se convierte en una denuncia constante que no se preocupa en contar su trasfondo. Sus ramalazos de melodrama (aunque algo más sobrios de lo esperado) acentúan más esa idea.
Y con esto, vamos al último punto, el protagonista y su viaje emocional (aunque no olvidemos a la gran promesa Haley Bennet y a la recuperada Freida Pinto que también aportan su grano de arena al relato). Su historia es muy previsible. Su condición autobiográfica tampoco ayuda, porque es fácil suponer lo que va a suceder. Y el contraste entre la vida del universitario de Yale y su infancia en Ohio, tiene una aproximación muy superficial, pasando por encima muchos aspectos que hubieran enriquecido el relato. Por ejemplo, es comprensible que el personaje no conociera en sus carnes la época de la industria metalúrgica y su decadencia, que derivó en parte de esta situación marginal de estas áreas montañosas de Estados Unidos, pero el film debería ser capaz de contárselo al espectador, porque la historia lo necesita a gritos. Eso sí, con respecto al protagonista, al menos podemos decir que, con respecto a las dos versiones de Vance, ambas cumplen dramáticamente. Y eso ya es mucho, puesto que los dos están rodeados de auténticas titanes del acting.
Pero bueno, con sus diferencias, esta cinta de Ron Howard (director académico y de filmografía desigual, un poco como esta propia cinta) es lo que tenemos. El conjunto sí me parece que es irregular, pero Glenn Close, sobre todo, tiene buenos momentos para disfrutar del viaje. Y ya que la podemos ver gracias a Netflix, puede formar un interesante programa doble con El juicio de los 7 de Chicago. Dos films completamente opuestos (y sí, personalmente creo que uno es bastante mejor que el otro) pero que nos otorgan dos formas de ver la realidad estadounidense. Y también, por qué no decirlo, creo que este film puede recordarnos un par de cosas; por mucho que pueda parecer obvio, la importancia que tiene algo como labrarse un porvenir constructivo y de futuro; y, aún más, el sacrificio que tienen que hacer las madres, no para construirse ellas dicho porvenir, sino para que sus hijos logren el suyo, cueste lo que cueste.
JOAN BOTER.-