HIGH LIFE: BELLEZA Y HORROR EN EL ESPACIO

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Un padre joven y su preciosa bebé a bordo de una nave espacial. Solos. Un grupo de «escoria» de la sociedad en una misión científica que les de un propósito a sus vidas. Una doctora, objeto oscuro de deseo de la tripulación y con un tremendo y oscuro pasado, con el objetivo de crear una «vida superior». No conviene saber mucho más acerca de la trama de High Life, de Claire Denis, propuesta de ciencia ficción tan intimista como malsana y extraña. Avisar, primero de todo, que no una ciencia ficción de acción y aventuras (ni siquiera aparecen aliens), sino que pone el punto de mira en los seres humanos y sus imperfecciones.

La belleza y el horror, la violencia en un espacio cerrado por culpa de irrefrenables pulsiones sexuales, la expiación de los pecados del pasado y de la culpa y el nacimiento de la paternidad son algunos de los temas que apunta una de las películas más crípticas y desconcertantes de la temporada. Una obra existencialista, de significados múltiples y lecturas inabarcables.
Narrada en tres líneas temporales y en un único espacio cerrado y un tanto claustrofóbico -la nave espacial-, High Life se toma su tiempo para interrogarnos sobre la existencia, sobre su propósito y sobre la necesidad de expiar los pecados y de tener una segunda oportunidad.
Robert Pattinson -en un maduro papel de criminal reconvertido en padre por azar y sin estar preparado para ello-, Juliette Binoche -jugando con un rol ambiguo y con un personaje de métodos discutibles- y Mia Goth -musa de películas extrañas desde Suspiria– son sus protagonistas.
High Life es una película llena de contrastes, de momentos a fuego lento, que parecen detenidos en el tiempo y en el espacio, de escenas oníricas, con otros de explosiones vertiginosas, violentas y dolorosas. La ternura de las escenas entre padre e hija se contraponen a otras escenas de extremada violencia, que se desencadenan de manera muy precipitada y chocante. Aunque lo más discutible para algunos espectadores serán algunas secuencias profundamente perturbadoras y malsanas en el laboratorio y en los dormitorios de la tripulación, así como la sublimación de ciertos fluidos corporales y de algunas escenas onanistas, que pueden resultar provocadoras y exhibicionistas.
Así pues, High Life se convierte en un plato de digestión lenta, en una obra compleja en lecturas y significados, aptos para la reflexión posterior, de esas que han llegado para provocarnos reacciones. Y me parece que será de esos títulos incomprendidos, amado u odiado a partes iguales, pero que no dejará indiferente.
SONIA BARROSO.-

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