La premisa es la de siempre. Un asteroide aparentemente inofensivo se convierte de repente en una amenaza para la supervivencia de la raza humana. El gobierno de Estados Unidos comunica a unos pocos afortunados que han sido seleccionados para sobrevivir a la catástrofe accediendo a unos refugios construidos durante la Guerra Fría. Aquí es dónde empieza la auténtica odisea de John Garrity (Gerard Butler) y su familia para salvarse de la extinción.
Pero no todo es tan arquetípico en Greenland. Así como la mayoría de películas de catástrofes se centran más en la destrucción o en mostrar a científicos y militares tratando de evitar la masacre, el filme de Ric Roman Waugh pone toda la atención en la relación entre los miembros de la familia protagonista. El foco recae sobre el matrimonio de John y Allison (Morena Baccarin) -que no pasa por un buen momento -y el amor que profesan a su hijo diabético, Nathan (Roger Dale Floyd). Una diabetes que obligará a la familia a avanzar por sus propios medios, superando numerosos obstáculos tanto humanos como naturales.
Y esa es precisamente la mayor virtud de Greenland. Combina con acierto los momentos más emotivos con escenas de acción a toda prisa. Con unos efectos especiales más que decentes, asistimos a un bello despliegue visual cada vez que los restos del meteorito acechan a la humanidad. Además, la película consigue hacernos partícipes de la desesperación y el sufrimiento de los personajes. Emociones transmitidas de forma muy convincente a través de las buenas actuaciones del trío protagonista y de la angustiosa atmósfera que crean las 48 horas a contrarreloj antes de que todo acabe.
Por otro lado, también borda la representación de una humanidad de contrastes. El bien y el mal se agudizan en esta batalla por la supervivencia, y somos testigos de lo mejor y de lo peor de lo que es capaz el ser humano. Una muestra bastante realista de cómo somos y de cómo nos comportaríamos como raza si nos encontráramos en una situación así.
No obstante, también hay escenas que nos sacan de la cinta. El hecho de que se molesten en darse una ducha cuando tienen el tiempo justo para llegar al refugio, o que la diabetes de Nathan parezca por momentos más letal que el meteorito rompen un poco la tensión de la historia.
Una historia que puede llegar a ser emocionante para los que conecten con ella, como ha sido mi caso. Al fin y al cabo, es una película que habla de lo más elemental del ser humano, de su instinto de supervivencia frente a las más desesperada de las situaciones. Pero tampoco hay que verla como lo que no es, ya que Greenland no deja de ser una película de catástrofes con una trama típica y tópica. Una película entretenida sin más pretensiones y que, probablemente, nos hará pensar que tampoco estamos tan mal.
MARTÍ ESTEBAN.-