GRACIAS A DIOS: ROMPER EL SILENCIO

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François Ozon es una de mis debilidades cinéfilas. En la casa puedo haberla visto tranquilamente 5 ó más veces y en cada visionado encuentro destellos de genialidad que me siguen sorprendiendo. Swimming Pool, Joven y Bonita, Una nueva amiga y El Amante Doble continúan la estela de thrillers dramáticos en los que explora los más oscuros deseos de la persona. En Franz se acerca al romanticismo con toques clásicos, mientras que en 8 mujeres se atreve con el musical y en Potiche con la comedia.

Con Gracias a Dios François Ozon se aproxima a una realidad que no debe quedar impune ni silenciada: La de los abusos sexuales que sufrieron multitud de niños en el seno de la Iglesia católica, en este caso, por parte del padre Preynat, mientras la diócesis y el cardenal de Lyon conociendo los hechos, miraban hacia otro lado y ni condenaron ni apartaron al sacerdote de sus tareas pastorales con los más pequeños.

Ozon nos presenta a tres personajes masculinos que fueron víctimas del prelado en épocas distintas: El de Alexander (Melvid Poupaud), un hombre de negocios, padre de familia numerosa, creyente y practicante quien, 30 años después buscará con su testimonio y su denuncia, no sólo que el sacerdote sea apartado de sus funciones, sino que la Iglesia rectifique condene públicamente los vergonzosos abusos. Él es el que pondrá el engranaje de la maquinaria a rodar. El de François (Denis Ménochet), un padre de familia ateo que fue también víctima de abusos y que contactará con los medios de comunicación e incluso creará una Asociación para encontrar a más víctimas y para apoyarse unos a otros y así conseguir llevar sus casos ante la justicia. Y el de Emmanuele (Swann Arlaud) quien, a diferencia de los otros dos hombres, es el que ha quedado en situación más vulnerable tanto en su esfera personal como profesional, pero que encontrará una válvula de escape al sentirse que no está solo y que su voz no será más silenciada. Tres hombres que toman la decisión de ser fuertes y valientes, dar la cara y alzar sus voces contra los abusos que sufrieron en sus propias carnes. Ozon les acompaña en su camino desde la fragilidad y el temor aún presentes desde niños -debido a una inocencia perturbada- en su interior a la decisión de romper el silencio.

Destaca el rigor con el que Ozon da visibilidad y voz a las víctimas, en un guión del propio director en el que se aprecia la gran labor de documentación que ha habido detrás, sin efectismos ni tremendismos, con una narración clara, concisa y directa, que va «al grano» de la cuestión, sin andarse por las ramas. Así como la especial sensibilidad a la hora de abordar este tema tan controvertido. Es una historia que refleja a la perfección la necesidad de las víctimas de que sus casos no queden silenciados para que no vuelvan a repetirse en el presente, en contraposición a la permisividad y al encubrimiento por parte de miembros de la iglesia de casos de pederastia.

Asimismo, Ozon explora desde el dolor y desde la fragilidad, las secuelas y consecuencias de haber sufrido repetidos abusos sexuales durante la infancia y plantea al espectador dilemas que van más allá de la fe y de la moralidad. La trama se vertebra en distintos puntos de vista que enriquecen la película con pequeños grandes detalles: Son significativas al respecto tanto las reacciones de las víctimas como las de sus familiares más próximos ante los abusos, así como las de los miembros de la Iglesia implicados en los hechos.

En definitiva, Gracias a Dios que existe esta película necesaria e imprescindible, de obligado visionado, y que es toda una demostración de que no es necesario que sea explícita visualmente hablando para ser incómoda. Un film rotundo y que ha de servir para la reflexión posterior, que obtuvo el Oso de Plata Gran Premio del Jurado en la reciente Berlinale.

SONIA BARROSO.-

 

 

 

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