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ES LA VIDA
septiembre 12, 2014 Cine de Autor

Resulta complicado hablar de una cinta como Boyhood. Su concepción es única y su resultado final es asombroso, aun más sabiendo la forma en cómo se ha ido gestando. 39 días de rodaje distribuidos en 12 años donde Richard Linklater cuenta «en tiempo real», a través de algo más de 2 horas y media de metraje, la evolución de un niño desde los 8 años hasta que alcanza la mayoría de edad y va a la universidad. Lo hace huyendo del documental, -aunque describe la evolución de una década de historia reciente-, pero también del melodrama. Lo suyo es una tierra de nadie que ha cultivado como propia y en el que floreció tanto la trilogía romántica de de Jesse y Celine; como lo hizo anteriormente Dazed and confused;  donde un día también se convertía en el microcosmos de un grupo de estudiantes.

Lo más difícil era que el experimento fuera mínimamente homogéneo, debido al grado de «improvisación» que este proyecto kamikaze tuvo desde un principio. Y vaya si lo tiene…De forma invisible, con elipsis de quitarse el sombrero, otra de las cualidades de este film espléndido dónde, desde una sacrificada Patricia Arquette, un carismático Ethan Hawke y, sobre todo, los debutantes Ellan Corltane y Lorelei Linklater (hija del director), empiezan con sobresaliente y acaban con matrícula en materia actoral.

¿Dónde está el truco? Seguramente el director de Slacked se lo llevará a la tumba. Si bien es cierto que he de reconocer que sólo al final, el peso del nuevo Linklater, personalmente, creo que acaba lastrando un tanto el último tramo del camino. Es obvio que el cineasta de Houston, ahora no es el mismo de hace unos años, algo que ocurre de forma consecuente en el film. Pero es justamente ese pesimismo encubierto que hacía gala de «Antes del anochecer» que aniquilaba de forma soterrada su idealismo lo que menos me gusta de esta propuesta.

Un harakiri filosófico que aquí se vuelve a poner de manifiesto hacia el desenlace y que le añade algunos minutos que creo que aquí no hacian falta. Y aún cuando el director parece empeñado en subrayar el common life como única estación término de la vida… 

Quizás sea la edad, pero lo que está claro es que el diálogo de espectador-película que le propone Boyhood al espectador es de los que viene a quedarse.  Van a reír. Van a llorar. Pero no van a mirar el reloj. Porque casi nunca se puede decir que una película es única. Y esta lo es.

JOAN BOTER ARJONA.-

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