ÉRASE UNA VEZ EN HOLLYWOOD: CITY OF STARS

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Érase una vez en Hollywood es, a la vez, una ensoñación y una perdición, un ascenso a los cielos del estrellato y a los infiernos de toda una generación hippie desencantada tras la guerra del Vietnam. Un homenaje al cine, una recreación del Hollywood de finales de los 60, con especial atención en las antiguas series y películas que emocionaban a toda una nación y a los spaghetti westerns -no en vano el título remite directamente a Érase una vez América, de Sergio Leone-.

Tarantino en su novena película se toma su tiempo para presentarnos, principalmente, tres historias que provienen de tres mundos muy distintos que convergen en uno solo, en el Hollywood de 1969.

La de amistad entre Rick Dalton, quien fuera una estrella de las series catódicas de los 60 que se siente en declive, cogiendo papeles de villano y teniendo que aceptar participar en spaghetti western al otro lado del charco, y Cliff Booth, su especialista y doble en escenas de acción, quién vive a la sombra de Dalton sin hacerse mala sangre por ello.

La de sus vecinos en Hollywood Hills, Roman Polanski y Sharon Tate, él apareciendo muy de pasada para retratarla a ella, como una magnética presencia, un soplo de aire fresco, entre fiestas, sesiones de cine y momentos íntimos con sus amigos en su casa, bailando, etc, que representaría el nuevo Hollywood, el de las ilusiones.

Y la de los hippies que malviven como pueden en la ciudad de los sueños, desencantados tras la guerra de Vietnam, que crecieron viendo asesinar en las series de televisión y en las películas y que se pueden convertir en el revulsivo, el mismísimo diablo, ante el lujo y la despreocupación vital de las estrellas de Hollywood.  Unos hippies que estarían liderados por Charles Manson, no en vano la película trascurre en 1969, año en que Sharon Tate y unos amigos fueron brutalmente asesinados. y del que Tarantino ofrece su particular (y atrevida) visión del trágico y oscuro suceso.

Una de las virtudes de Érase una vez en Hollywood es que sorprenderá, -porque pienso que no es exactamente lo que esperamos de una película de Tarantino, aunque sí que conserve su sello y señas de identidad-, estoy plenamente convencida de ello. Además, será un film que dividirá, tendrá sus admiradores y detractores, quizás más que en ninguno de sus trabajos anteriores.

El film poco a poco, sin prisas, va presentando a sus personajes, que deambulan entre rodajes, platós, circulando en coche por los bulevares, o viviendo por las mansiones de las colinas de los Ángeles (esas colinas son un escenario y a la vez un personaje más del film) o en ranchos que vivieron mejores y cinéfilas épocas pasadas. Y parece que haya momentos en qué no pase nada exactamente más que ese eterno deambular por la ciudad de los sueños, cosa que hará que algunos espectadores se puedan alejar o desconectar de la trama en esos momentos.

La cuidada ambientación y puesta en escena, la sugerente iluminación, la música y los homenajes cinéfilos nos remiten a ese final de la década de los 60´s, gloriosa para unos, decepcionante para otros.

Leonardo Di Caprio. quien vuelve a trabajar con Tarantino tras Django Desencadenado-, está realmente conmovedor y muy convincente cómo esta vieja gloria de Hollywood, que se siente en declive y demuestra su gran talento en muchas de sus secuencias -qué grande es la de la conversación con la niña actriz, ya sólo ésta justifica toda la película-. Brad Pitt -que regresa al universo tarantiniano tras Malditos Bastardos– va unos cuántos pasos por detrás, aunque tiene un par de peleas y/o escenas de acción para el recuerdo-, mientras que Margot Robbie está deliciosamente etérea, entre bondadosa, pícara e inocente. Aparecen en papeles más pequeños algunos actores que ya habían trabajado con Tarantino -tales como Kurt Russell, Zoë Bell y Michael Madsen- y muchos otros de nuevos-especialmente destacan Margaret Qualley y la niña Julia Butters-.

Tarantino ofrece al espectador su particular carta de amor al séptimo arte y a la televisión de una época muy determinada, y que transita con una facilidad pasmosa entre el drama y la tensión -como anticipación de sucesos demenciales o por la ausencia de la misma-, la comedia y el absurdo y el guiño a toda una manera de vivir y de entender el cine y la televisión. Asimismo, también homenajea algunas de sus películas anteriores -y no diremos más para que lo descubráis-.

SONIA BARROSO.-

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