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EL HOMBRE CORRECTO
diciembre 6, 2015 Cine de Autor

 

Aunque el siguiente proyecto de Spielberg basado en un cuento de Roal Dahl es un retorno al Spielberg familiar de los 80, el Spielberg de los últimos años y el que hoy nos ocupa son un indicativo que el genio de E.T está para otras cosas. El Steven del nuevo siglo es un Steven más oscuro y «maduro», más político, más poderoso. Tal es ahora su fuerza que su mano al ser tan alargada en la producción de blockbusters, ha hecho que su faceta de director parezca su aparatoso hobby particular y en última instancia, su testamento político. Munich, Lincoln y ahora el Puente de los Espías así lo atestiguan. Y como él es el director de Jurassic Park, le importa un bledo meterse en charcos; hecho cuyo súmmum alcanzó en el film protagonizado por Eric Bana. Fue en ese film sobre los atentados en los Juegos Olímpicos de la ciudad alemana donde un judío como él «dejó verde» a sus congéneres sin inmutarse. La comunidad judía se le echó a la yugular pero Spielberg la hizo igualmente porque el director de Tiburón sentía que tenía que hacerla. Y la hizo.

Sin embargo, ahora el problema es que tanto en Lincoln como en menor medida este Puente de los Espías, Spielberg critica y luego pide perdón. No en vano, el realizador de Ohio es un símbolo de supremacía USA y eso es algo contraproducente si te tiras muchas piedras a tu tejado.  Aunque en el caso de Steven, parece que aunque le importa, lo hace relativamente.

Este aviso para navegantes es necesario antes de meternos en análisis fílmico. El Spielberg político ha vuelto. Y en esta ocasión, al menos, lo hayamos mejor camuflado que su anterior incursión en el subgénero; por muy anti-comercial que en 2015 pueda ser este El puente de los espías. Entre blockbusters de superhéroes, agentes secretos y un cine de actores de bajo o mediano coste, Spielberg hace una película de despachos en la Guerra Fría entre tribunales, negociaciones entre los lados del muro y ética constitucional. Y no precisamente barata.

Por fortuna, para un servidor que se aburrió con Lincoln, El puente de los espías no es otra película más del mejor director del mundo. Visualmente, la película es superdotada a niveles estratosféricos. Podría pasarme horas desmenuzando cada plano del film, obra de Spielberg y su cinematógrafo Kaminski y, ya sólo por eso, valdría la pena ver la cinta. Pero tiene más alicientes que eso. Para empezar, un Mark Rylance que roba media película. Su rol es memorable y sólo os diré que él que seguramente estará nominado a mejor actor de reparto este año. Y sinó, será injusto. Luego está el aliciente del libreto donde encontramos unos oportunísimos momentos de humor genuinamente coenianos (no en vano, el libreto fue retocado por los Hermanos creadores del Gran Lebowsky).

También un Tom Hanks más James Stewart que nunca. El actor de Big humaniza el personaje gracias a los momentos inspirados que frenan el lado más discursivo del film, que está, sobre todo en la primera parte y en la escena final.  No obstante, el subtexto del film más allá de algún exceso de cháchara legal planea dilemas interesantes, entre ellos, el que vertebra el film. ¿Puede hacer un hombre lo correcto en un mundo incorrecto?

Curiosamente, eso la convierte en una de los films más autorales de Steven Spielberg. La tozudez del protagonista nos recuerda al de de ese Steven capaz de hacer todo lo posible para cumplir sus principios, ya sea una cinta «anti-taquilla» como esta o incluso realizar el plano perfecto. Simplemente porque cree en ella. Y eso, amigos, me parece encomiable.

Así pues, El puente de los espías es, pese a sus defectos, otra joya del maestro. Quizá no es la película que deseamos, pero sí que es la película que nos merecemos. Y con ella, nos demuestra que la salud cinematográfica del maestro sigue en pleno apogeo y aún es capaz de contar buenas historias. Así que… ¿Qué más se puede pedir?

JOAN BOTER ARJONA.-

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