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EL COLOR DE LA CONFIANZA
marzo 3, 2015 Cine de Autor

Paul Haggis me parece un gran guionista…cuando trabaja para otros. Su toque en Casino Royale le proporcionaba las mejores réplicas al Bond encarnado por Daniel Craig, así como son notorios algunos de los trabajos más celebrados para Clint Eastwood, como Million Dollar Baby o Cartas de Iwo Jima. Pero cuando el canadiense firma sus historias y se coloca detrás de la cámara, no me convence.

Ya no lo hizo con su Crash, que me parece uno de los films más fallidos que ha ganado un Oscar, tanto que hasta el propio autor declaró que ni él entendió tal fenómeno. Y con su vuelta al mundo de las historias cruzadas, vuelvo a quedarme casi sin asideros para defender su trabajo. Miento: Hay diálogos, escenas, actuaciones, que considero casi memorables. ¿Entonces porque este En tercera persona no funciona? Por el intento ensimismado de Haggis de ahogar el conjunto con una trascendencia tan barroca como de cartón piedra.

¿De qué va esta película? Eso es lo que se pregunta uno mientras ve el film con varias historias que funcionan más como situaciones que como argumentos porque no tienen arcos narrativos sólidos. Y es que una vez hemos realizado la asimilación de sus universos, el film sólo funciona a ráfagas a pesar de la entrega de sus intérpretes sobretodo por la desbordante química de Liam Neeson y Olivia Wilde.

El problema no es que Haggis no tiene material para hacer 5 cortometrajes /medio metrajes y hace de una de un metraje abultado por lo que «cuenta», sino que su estrategia consiste en una mascarada: El experimento radica en disfrazar el film en un entramado tan rocambolesco como tramposo. Al final, Haggis intenta «atarlo» todo, destruyendo el relato con un juego de espejos irrisorio tan insostenible como indescifrable.

 No es que Haggis haya querido rebatir las expectativas del espectador como un «supuesto» camino de migas de pan enterrado bajo el metraje, es que el film se salta las normas una vez más del pacto tácito entre espectador-autor al diseminar un mapa filosófico de forma tan burda como su concepción. Una mapa que parece que tiene un nombre que al menos, para el cine, (obviaremos el tema teológico) no ha tenido resultados fructíferos artísticos: Cienciología.

Eso por no hablar de la cantidad de tiempos muertos del film, aún cuando éste se centra en las dos más a priori mas apacibles: La del escritor Liam Neeson y la de un Adrian Brody sumergido en una especie de comedia de ambiente neorrealista italiano. Pero eso es antes que el film caiga en una melancolía (que calificaría de vacua vanidad) que impregna todo el metraje y reduce por colapso todas los ingredientes que lo podían hacer atractivo al espectador. Está claro que Haggis ha jugado con los mecanismos de la narración pero el resultado de sus experimentos es, al menos para este servidor, un sin sentido. Y es una lástima.

Porque creo que en algún lugar aquí había una buena película y la cirugía que ha llevado a cabo el artífice de Crash, ha terminado con ella. Lo bueno, que formalmente el realizador ha mejorado. Y que la próxima sea «mejor», aunque su filmografía en solitario, particularmente me da por el momento pocas esperanzas a, como alude una de las temáticas del film y que podría ejercer de paradoja hipertextual del mismo: En «confiar» en su cine como «auteur».

 

JOAN BOTER ARJONA.-

 

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