EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS: EL MENTIROSO, EL BORRACHO Y EL FENÓMENO

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Las comparaciones siempre me han parecido un estúpido acto de futilidad. “Las comparaciones son odiosas” es la frase más cierta del refranero español. Las valoraciones hechas mediante ese método son traicioneras porque entra en juego el factor emocional contra el que no se puede luchar. Dicho factor inclina demasiado la balanza hacia un lados. Las adaptaciones literarias y los remakes no están bien vistos por lo sagrado del original. Luego viene Spielberg a taparnos la boca a todos.

La versión de El Callejón de las almas perdidas, de 1947, fue una obra valiente, libre y con el sello de la serie B; pero ello no la hizo ser mejor película. Si la vi de crío y me explotó la cabeza… ¿Cómo voy a valorar esta nueva versión, si tantos años después no soy la misma persona y nada puede hacerme explotar la cabeza? La literatura tiene unos códigos, el cine de clásico, otros y el actual, otros distintos. Enalteciendo a una para denostar a las otras no sería justo ni con las obras ni conmigo mismo.

Con este sermón, vengo a decir que mi opinión al respecto de El Callejón de las almas perdidas se va a basar puramente en lo que he visto (o no) en la película recientemente estrenada. Me desligaré de lo demás, el pasado pasado está, y que esté.

Guillermo del Toro ha hecho su obra más grande en todos los sentidos: La más cara e hiperbólica. Tras una esforzada carrera de idas y venidas, se ha ganado el derecho de hacerlo.

Personalmente, su película no me ha satisfecho lo suficiente. No voy a decir que sea una mala película, porque no creo que lo sea y porque no creo que existan películas malas; existen películas que no son para nosotros y por eso no nos gustan.

La obra tiene todos los códigos del cine de del Toro: Fluidez en los movimientos de cámara, mundos gótico-tétricos (aquí según los cánones del american gothic), una hermosa fotografía de Guillermo Navarro, que muta en cromáticamente conforme avanza la trama, y un elenco de aúpa, probablemente el mejor del año. Visualmente preciosa, pero carente de alma. Es difícil definir lo que es el alma de un film, pero vendría a ser algo como notar que todo está vivo, nada es impostado ni forzado, que llega dentro. No se me ocurre mejor definición aunque seguro que las hay a miles.

El gran pero que le veo radica en el guión y en su estructura. Un film largo en el cual cada uno de los tres actos podría ser una película: La parte inicial del circo; la parte central en la gran ciudad; y la parte final de la cual mejor no hablar para evitar destripes innecesarios. Decimos que hay muchas películas en una al referimos a la cantidad de tramas y posibles ramificaciones y a personajes interesantes de los que queremos saber más. En este caso, es por no cerrar tramas u olvidarlas y por la falta de evolución y de aristas en los personajes. Aunque sea contradictorio se debe a su alargamiento, el querer abarcar y no condensar.

El Callejón de las almas perdidas narra la historia de auge y caída Stanton (un perdido Bradley Cooper). Un joven de oscuro pasado que durante la gran depresión vaga por los caminos hasta dar con un tétrico circo ambulante donde le reciben con los brazos abiertos. Como buen mentiroso y ambicioso que es (algo que se intuye pero no se está seguro a ciencia cierta) alcanzará sus metas llevándose por delante a cualquiera.

Rooney Mara encarna a Molly, de quién se enamora rápida, atropellada e incomprensiblemente. Pero esta no es la historia de Molly, del forzudo Bruno (Ron Perlman), de la pitonisa Zeena (Toni Collette) y su marido Pete (genial David Strathairn), ni del jefe Clem (Willem Dafoe); es la historia de un hombre que lucha contra sus demonios de la única manera que sabe, arrimándose al sol que más calienta. Y también la historia de El Fenómeno (The Freak) un alcohólico que malvive como una bestia alimentándose de gallinas vivas a cambio de su trago diario y que no se diferencia tanto de Stanton. El personaje de Cate Blanchett como la psicóloga Lilith Ritter no hace su aparición hasta bien entrada la hora de película.

Al salir del circo es cuando el desarrollo me genera confusión. Es otra película. No entiendo muchas de las decisiones de los personajes ni los giros de guión. No comprendo sus motivaciones ni la información que se deja caer y se obvia. Y ahí me marché.

Sinceramente, creo que había algo contar pero se perdió en el circo. Los árboles no dejaron ver el bosque. Una pena.

MANEL SÁNCHEZ.-

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