EL BLUES DE BEALE STREET: EL AMOR COMO BÁLSAMO

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El Blues de Beale Street es la nueva película de Barry Jenkins, director afroamericano de la oscarizada Moonlight. Un blues a fuego lento que nos transporta desde la cuna de Nueva Orleans a las calles de Harlem en Nueva York en la década de los 70’s, siguiendo la historia de amor en de una pareja de jóvenes de color, Tish (Kiki Kayne), de 19 y Fonny (Stephan James), de 22. Amigos desde la niñez y enamoradísimos hasta la médula, que tendrán que hacer frente al encarcelamiento del joven por un delito que no ha cometido, mientras ella está embarazada.

Este melodrama romántico, basado en una novela de James Baldwin y estructurado en dos tiempos de narrativa: La actual, la de su separación forzosa, y la pasada, cuándo ambos estaban juntos, es una de las love-stories más hermosas y conmovedoras de los últimos tiempos por la devoción que sienten ambos protagonistas y por ese amor más grande y vulnerable que la vida entre dos almas gemelas.

Un amor con mucho instinto de protección y lleno de ternura y delicadeza. No en vano cómo cuenta las noches de su primera vez o cómo se quedó embarazada son un prodigio de sensibilidad y la música de blues y los planos nos envuelven de manera mágica. Un amor reflejado desde la mirada cautivadora y vulnerable de Kiki Layne, sensible narradora de la trama.

Pero, aparte de ese amor de pareja destaca la oda al amor familiar -la secuencia de la cena entre la familia de Tish con su familia política es muy significativa y punzante al respecto, así como las conversaciones entre padres sobre la importancia de amor por encima del dinero, etc-. El amor absoluto e incondicional en sus más variadas formas, como pilar que les mueve y les hace salir adelante, a pesar de las adversidades de la vida.

Más allá del plano íntimo, a Jenkins le interesa mostrar una crítica velada a los prejuicios raciales a los que tienen que hacer frente la pareja protagonista, especialmente, tanto por parte del sistema policial como del judicial de EEUU. Un sistema que les condena por el color de su piel. La poesía visual de Jenkins -ya presente en Moonlight– explota en secuencias de gran lirismo y virtuosismo fílmico.

Con tres merecidas nominaciones a los Oscars, mejor guión adaptado, mejor actriz secundaria para Regina King -la madre coraje y amorosa de la protagonista- y mejor banda sonora, el espectador se halla ante un notable melodrama, no apto para personas impacientes ni para aquellos que huyan del romanticismo como motor y bálsamo existencial.

Asimismo, pienso que podría hacer una sesión doble con Loving, de Jeff Nichols, una pareja interracial en ese caso, que también tienen que hacer frente a los prejuicios e injusticias sociales y raciales, desde el amor más puro .

SONIA BARROSO.-

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