EL AMOR Y EL TRASCURRIR DEL TIEMPO

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Con su última película, Sólo los amantes sobreviven, Jim Jarmusch ha logrado crear una paradoja cinematográfica casi perfecta: la película romántica que muy posiblemente no convenza a quienes vayan a ver una historia de amor; la película de vampiros que no satisfará a quienes busquen acción, sangre y estacas. Sin embargo, para aquellos que se adentren en ella sin prejuicios, y se dejen llevar, la película resultará tan hipnótica como atractiva. 

Partiendo pues de esa pequeña exigencia que Jarmusch hace al espectador, y basándose en una estética cuidada hasta el último detalle, continuas referencias culturales y un reparto perfecto, es fácil que la película atrape desde los primeros momentos ya que, como en un buen cóctel, los ingredientes que la componen están presentes en su justa medida. Sin excesos, sin estridencias, Jarmusch seduce creando una atmósfera envolvente donde la banda sonora y la fotografía exprimen la belleza de cada momento. Una película oscura, no puede ser de otra manera en una cinta de vampiros, en la que sin embargo los juegos de sombras y luz están siempre presentes. Tanto como la música, que en cierto sentido es una protagonista más del film.

Con Sólo los amantes sobreviven, Jarmusch hace un estudio del amor, de sus manifestaciones y de los males que le aquejan. Estudio que desliga de las ataduras del paso del tiempo. De hecho, el tiempo es algo casi superfluo en esta historia de amores que abarcan siglos. En este sentido, uno de los aciertos de la película está en prescindir de explicaciones superfluas de quienes son los personajes, así como de la realidad en la que viven o de cómo se ha llegado a ella. En cada diálogo, en cada escena, el director nos va dejando pequeñas dosis de información que ponen en perspectiva a los personajes y su presente, evitando todo aquello que no sea imprescindible para acompañar a los protagonistas. 

En cuanto al reparto, Tilda Swinton demuestra, una vez más, que es un prodigio de actriz. Es un lujo verla desaparecer en cada personaje, y en esta ocasión lo vuelve hacer con su Eve. La actriz aporta la serenidad y la inteligencia que requiere el papel, y lo hace con delicadeza, quizás consciente de su propia fuerza en pantalla. Eve es el lado racional de ese amor eterno, cuya vertiente melancólica es el Adam de Tom Hiddleston. El inglés compone su personaje desde dentro, capaz de transmitir en todo momento el hastío, la añoranza o la pasión que se requiere, sin que para ello recurra a excesos interpretativos, basados en el aspecto de su personaje. Tanto Swinton como él, juegan con la apariencia de sus personajes sin usarlo como recurso, de manera que logran darles una autenticidad, que los hace verdaderamente creíbles (independientemente, claro está, de su dieta habitual). Junto a ellos, Anton Yelchin, Mia Wasikowska, Jeffrey Wright y John Hurt, todos excelentes catalizadores de los sentimientos de la pareja protagonista. 

Es difícil hablar de amor durante casi dos horas, sin caer en sensiblerías; como también lo es construir una red de referencias culturales sin caer en lo presuntuoso. Por todo ello, Jarmusch no es solo el director de la cinta, sino que también es el equilibrista que disfruta cada momento del paseo sobre el alambre. Al final, queda la sensación que la exigencia inicial de Jarmusch al espectador es compensada con una película tan personal como accesible. Una paradoja hecha cine.

IMMACULADA PILAR COLOM.-

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