CASI 40: ÉSTA ES MI GENERACIÓN

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Hay películas generacionales con las que un@ se puede identificar, especialmente cuando las ve en la etapa de la vida que tienen los protagonistas de la historia en cuestión. Me pasó con la famosa trilogía romántica de Richard Linklater, que justo vi cada una de las películas, Antes del Amanecer, Antes del Atardecer y Antes de Medianoche cuando era más o menos coetánea a Jesse y Céline y así pues, la identificación y la empatía con ellos fue mayor. Lo mismo me ha sucedido con Casi 40, de David Trueba, una road-movie musical, íntima y nostálgica sobre dos amigos que casi llegan  a la cuarentena y a los que la vida les ha dado una nueva oportunidad para reencontrarse. Él es Tristán (Fernando Ramallo)  y ella, Lucía (Lucía Jiménez). Él se encarga de ser una especie de manager musical para ella, en una pequeña gira que le ha proporcionado por distintos lugares de la geografía española (por tierras castellanas, principalmente) que le llevará a tocar en librerías en conciertos acústicos de voz y guitarra, de los de pequeño formato y con público tan reducido como selecto. Para ella, se terminó la época de las grandes giras y conciertos, tanto en su exitoso grupo como en solitario cuando le llegó el matrimonio con un futbolista y, sobre todo, con la llegada de la maternidad. Para él, parece que se le han pasado las grandes oportunidades de la vida, ya que ha pasado de ser un niño sabio y un adolescente talentoso y prometedor a iniciar, con mucha incertidumbre, el camino del emprendimiento con una empresa de cosmética ecológica que parece que no termina de arrancar.

En las conversaciones entre ambos iremos descubriendo cómo la vida les ha tratado a cada uno de ellos, que es lo que han ganado y lo que han perdido en su periplo vital durante los últimos 20 años y en qué punto se encuentran. Asimismo, los espectadores, especialmente los de la generación de los «casi 40», en un juego de espejos, nos iremos identificando con uno u con el otro o con los dos -por nuestras propias experiencias, éxitos y fracasos vitales-. Asimismo, comprobaremos cómo el romanticismo aún se puede palpar en una conversación, aparentemente banal que se puede volver más intensa, en unas miradas o silencios que lo dicen todo, entre las hojas de un libro, en la melodía de una canción o dentro de esos pequeños grandes templos que son las librerías o los centros culturales.

David Trueba, con la encantadora complicidad de Fernando Ramallo y Lucía Jiménez ( juntos de nuevo 22 años después de La buena vida) -magnífica también en sus actuaciones como cantautora- consigue revolver las entrañas de nuestra memoria, la memoria de una generación que ve, como les ocurre a sus protagonistas, cómo ha pasado el tiempo, qué ha sido del amor, de las cosas superficiales y de las más importantes de la vida, al echar la vista atrás. Una película sencilla, íntima, evocadora y emotiva que es completamente recomendable.

SONIA BARROSO.-

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