CARRIE FISHER: LA PRINCESA DE TODOS

El trístemente fallecido Max Von Sydow, en su aparición en El Despertar de la Fuerza (2015), resumió perfectamente su icónico personaje ante las palabras del Poe Dameron de Oscar Isaac. «Para mí, ella es de la realeza», dijo refiriéndose a la princesa Leia.

Para todos los que amamos La Guerra de las Galaxias, Carrie Fisher era de la familia. Nacida en 1956, hija del cantante Eddie Fisher de la actriz Debbie Reynolds, sus pasos parecían ir por los senderos artísticos de sus progenitores. De la mano de su madre, empezó a desfilar por algunas producciones cinematográficas, antes de seducir a Warren Beatty en Shampoo (1975). Dos años más tarde le llegaría el reconocimiento del cine y de masas convirtiéndose en la princesa Leia Organa en Star Wars, por delante de otras actrices que también se presentaron al casting como Terri Nunn, Jodie Foster o Cindy Williams.

Aparecería en otras cintas aparte de la saga galáctica, como The Blues Brothers (1980), o Hannah y sus Hermanas (1986), entre varias participaciones en series, cameos, etc. Cabe destacar su producción literaria con obras como Postales desde el filo (1986), que fue llevada al cine, y por su trabajo a la hora de mejorar y reescribir guiones de otros. Sufrió problemas con las drogas y luchó contra su adicción a los tranquilizantes y contra el trastorno bipolar que padecía.

Cuando murió, en diciembre de 2016, la galaxia empezó a brillar un poquito menos. Una de sus estrellas se había apagado para siempre. Fue una princesa que rescató a los dos caballeros que debían rescatarla a ella. Organizó y dirigió una rebelión contra un imperio cuando ese tipo de papeles estaban destinados, mayoritariamente, a personajes masculinos. No le temblaba la mano a la hora de disparar a aquellos soldados blancos sin puntería y tampoco si tenía que dirigir un asalto, en pleno bosque, con la ayuda de osos de peluche en miniatura. Desde los páramos helados de Hoth, hasta la Ciudad Nube de Bespin, pasando por la garganta de aquella babosa espacial a la princesa Leia no se andaba con chiquitas si tenía que apretar un gatillo para la supervivencia de la misión, sus compañeros o de la suya propia.

En la injustamente criticada El Despertar de la Fuerza muchos nos emocionamos, como niños pequeños, cuando vimos a Harrison Ford y su Han Solo junto a nuestra princesa y Chewbacca. Eran los héroes de la infancia de muchos (la mía también) y estaban juntos de nuevo. Breve, pero con la carga nostálgica suficiente para sacarnos una sonrisa. Se hablaba también de que en la siguiente entrega de la saga Los Últimos Jedi (2017), tendría mucho más protagonismo y fue una sorpresa ver su cameo digital rejuvenecido en Rogue One: Una Historia de Star Wars en 2016.

Quién iba a pensar que nos quedaríamos sin su luz muy pocos días después. Hoy en día la princesa Leia es un icono feminista. Más líder que princesa. Pero la propia Carrie tuvo que hacer frente a numerosas actitudes machistas durante el rodaje de la saga que poco o nada tenían que ver con el personaje al que estaba dando vida.

No fue hasta Los Últimos Jedi cuando esa lucha se vio bien reflejada en una película en las que las mujeres toman el mando de forma natural, con Leia a la cabeza, exhibiendo su liderazgo y el dominio de la fuerza del que era más que capaz.

Es extraño el cariño y el afecto que tenemos a personajes que nos son completamente ajenos a nosotros, pero que logran impactar en nuestras vidas de una manera intensa  con sus apariciones en películas series o libros, haciéndolos de esa manera nuestros.

Carrie Fisher fue mucho más que la princesa Leia y su muerte dejó un vacío en aquel trío de protagonistas clásicos de la saga galáctica por excelencia. También dejó un vacío en los fans. Teníamos a nuestro caballero con la espada y nuestro canalla de buen corazón, pero nos habíamos quedado sin la princesa del cuento. Sin la general de la rebelión.

RUBÉN TOLEDO MORENO.-

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