CAFÉ SOCIETY: REUNIÓN MEMORABLE CON WOODY ALLEN

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Una de las formas más comunes de celebración pública de la amistad es esa reunión denominada “quedar para hacer un café”. Y, como muchos son los cinéfilos que consideran a Woody Allen una amistad de reencuentro (o revisión) anual, ¿qué mejor manera que quedar con el neoyorquino en un café? En este caben el amor, el desamor, el desengaño, la melancolía, una dosis de secundarios memorables… Si no fuera por su sobresaliente y destacable fotografía, podríamos pensar que estamos ante “más de lo mismo”. Pues sí. Y no.

Café Society es de esas reuniones que ya desde el principio nos dejan esa impresión, que se confirmara según pasan los minutos, de que la de este año será recordada como algo especial. Es una película juguetona, con la que se conecta rápidamente: El guión se sitúa, una vez más, en esa delgada línea que separa lo trágico de lo cómico. Y con más ritmo y cinismo que en su filmografía más reciente, Allen logra replantear situaciones que ya ha abordado, pero jugando con alternativas que logran darle un aire de frescura que puede que no lograra desde Midnight in Paris. En esta ocasión logra, además, eliminar esa capa de resolución algo forzada que podría achacarse a la cinta del 2011. Quizás porque los personajes son más ricos en matices, o por su ambivalencia en situaciones dramáticas y en otras más cómicas, pero lo cierto es que su desarrollo es paralelo al argumento, sin doblegarse a la necesidad de transmitir ciertas sensaciones al espectador. El film va avanzando con ritmo, dejando una impresión de ligereza, que puede confundirse con trivialidad. Nada más lejos de la realidad. Ese análisis profundo de las relaciones sentimental, de oponer los sentimientos más intensos con la necesidad de confort, del conformarse cuando deberíamos luchar, requiere una lectura más reposada que la que en un principio podríamos suponer.

Si el guión funciona tan bien, no es solo por el hábil trazado de los personajes, sino porque quienes les ponen caras parecen haber encontrado el punto perfecto para darles la expresión necesaria en cada escena. Jesse Eisenberg, alter ego del propio director en esta ocasión, vuelve a dejar clara su solvencia. Su Bobby es un estudio de grises casi perfecto. Luces y sombras que provoca en él una Kristen Stewart que aporta la candidez y languidez que Vonnie requiere, y lo hace sin sobreactuación. Quizás no llegue al nivel de Eisenberg, pero lo cierto es que la vemos a través de los ojos de Bobby, por lo que ese halo de nostálgica perfección obedece más a los sentimientos de él que a su propio desarrollo del personaje. Por ello, y siendo justos, la actriz acierta de lleno en su forma de encarar a esa secretaria de corazón dividido. Y, de entre la larga lista de personajes secundarios y de reparto, destaca, una vez más, Steve Carell, quien da vida a un agente de estrellas de cine, y que demuestra que en lo personal, como en lo profesional, gana quien no da nada por perdido. Y aunque en determinados momentos pueda parecer sobreactuado, su personaje lo requiere.

Café Society es la primera incursión de Allen en la fotografía digital, y aunque no podamos medir con precisión hasta qué punto le ha influido el dejar de lado el celuloide, hay cierta sensación de atrevimiento visual que hacía mucho, demasiado, tiempo que no podíamos concederle a su cine. La fotografía de Vittorio Storaro captura el glamour, tan dorado como falso, del Hollywood de los años treinta, y nos muestra cuan menos elegante, pero mucho más sincera, era el Nueva York de la época. Extrapolación perfecta de las dos relaciones de Bobby. Storaro (Novecento, Apocalypse Now) encuadra y da luz a personajes desubicados y sombríos, y subraya (o esconde) las distintas emociones que van experimentando.

“El desengaño amoroso provoca más muertes que la tuberculosis”, le dicen en cierto momento a Bobby. Puede que esta afirmación sea uno de los fundamentos sobre el que Allen ha construido más historias, y ha defenestrado a más personajes, perdonando al irredento y hundiendo al sincero. Pero esta vez no nos queda la impresión de estar ante un capítulo más de esa verdad. Ni siquiera ante un epílogo cinematográfico, aunque la ensoñación nostálgica que por momentos permea Café Society pudiera interpretarse como tal. Estamos ante un Allen pletórico, que equilibra los mimbres conocidos con cierto atrevimiento formal que dan forma a su película más redonda en mucho tiempo.

IMMACULADA PILAR COLOM.-

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