BLAZE: CANCIÓN TRISTE DE COUNTRY FOLK

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He de reconocer que no conocía a Blaze Foley antes de ver Blaze, el melancólico biopic que le dedica el Ethan Hawke director a esta figura del country folk americano que vivió como un vagabundo de la música, borracho del amor de Sybil Rosen, una joven judía que le robó el corazón con la que se casó y convivió hasta que decidió dejar la seguridad, el confort y la felicidad para entregarse plenamente a sus actuaciones y a su pasión vital.

La película, de cadencia slow cómo las letras de sus canciones nos cuenta, no sólo su periplo íntimo con su mujer, sino también hace hincapié en sus actuaciones por bares y clubs, en su contrato discográfico y en cómo evolucionó y terminó su carrera. Asimismo, nos plantea la relación de amistad y colaboración con otros músicos folk, como Townes Van Ziedt. Además, conoceremos su personalidad tan irónica y socarrona como rebelde, romántica y autodestructiva en tres momentos claves de su vida: El presente en el que ya no está Blaze (el impacto emocional de su pérdida en sus seres queridos y el homenaje de sus amigos músicos) y dos momentos del pasado, el de una mítica actuación en el que recuerda su historia de amor con Sybil y en los flashbacks de su relación.

El melodrama cuenta con el aliciente de una pareja protagonista muy compenetrada, interpretada por Ben Dicket -ganador en Sundance como mejor actor- y Alia Sjawkat, y con las apariciones del propio Ethan Hawke o de «amigos» de la órbita de Hawke, como el director Richard Linklater -con el que ha compartido la trilogía de Antes del amanecer y secuelas y Boyhood, entre otras- y el actor Sam Rockwell. En algún momento, parece cómo si el director quisiera acercarse a las historias de los hermanos Coen, como Inside Lewyn Davis, por el tipo de personajes y las relaciones que se establecen entre ellos, aunque la mirada de Ethan Hawke, quizás es menos punzante y corrosiva, y le aporta una dosis extra de sensibilidad al biopic, acompañada por la dulce amarga cadencia de las melodías de amor y de una fotografía cálida.

Uno de los méritos de Blaze es que cada fotograma destila el amor y la simpatía que Hawke siente por este personaje al borde del abismo, que nunca quiso ser una estrella, sino convertirse en una leyenda. Aunque quizás los espectadores puedan sentirse algo desconectados de la propuesta si no sintonizan con las historias de corazones rotos y pasiones vitales truncadas, románticas y melancólicas, de tempo lento y reposado. Para aquellos que se queden con ganas de ahondar más en la figura de Blaze Foley existe el documental Duct Tape Messiah, de Kevin Triplett, que puede ser el complemento ideal de esta película.

SONIA BARROSO.-

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