La música, al igual que el cine, es un modo de expresión puro y maravilloso que solo se ve ensombrecido cuando entra en escena la famosa ‘industria’. Poder, dinero e influencia son la tríada que convierte el arte en mercancía y los artistas en esclavos de un engranaje sin freno. Cualquiera que quiera destacar en la industria musical debe pasar por el aro y pagar un alto precio. Así lo demuestra Birdsong, de Hendrik Willemyns.
La ópera primera del músico y director belga narra el infierno de Asuka, una joven que se someterá a un sinfín de abusos para intentar alcanzar su sueño de convertirse en músico profesional en Japón. Birdsong no se deja nada en la recámara para mostrarnos de la forma más explícita posible los horrores que debe superar la protagonista.
Una película que, sin embargo, resulta algo repetitiva. Hay algunos personajes con trasfondos interesantes, como la propia protagonista, el genio pianista que le da clases o el jefazo de la industria musical del país, pero en general la cinta carece de demasiado interés. Desde el momento en que asistimos por primera vez a las duras experiencias que enfrenta Asuka, el resto del metraje no deja de dar vueltas constantemente a lo mismo. Aun así, hay un par de escenas especialmente destacables, gracias a un buen montaje que nos sumerge de lleno en la acción y logra transmitir toda la tensión del momento.
Por otro lado, el punto fuerte de Birdsong es (¿cómo no?) la música. Los momentos en que Asuka ensaya al piano están adornados con efectos surrealistas que acompañan a la música. Efectos que emanan de las piezas de la protagonista y que reflejan su estado de ánimo e ilustran su evolución como artista.
El surrealismo aporta cierto aire novedoso al filme, pero eso no lo aleja de una fórmula bastante arquetípica de crítica a la industria musical. Tampoco ayuda a mejorar el final bastante desconcertante y poco satisfactorio de una película que no llega a enganchar y que no cuesta mucho olvidar.
MARTÍ ESTEBAN.-