BELLEZA, CINE Y VIDA

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La belleza, la vida, la muerte, el paso del tiempo, el amor, las heridas del alma, esas pequeñas cicatrices y resentimientos vitales…De todo esto y mucho más trata La juventud, la nueva y esperadísima película de Paolo Sorrentino. En esta ocasión, sigue no sólo a uno, sino a varios personajes principales, aunque conducidos por la batuta de Fred Balllinger, un director de orquesta jubilado, interpretado sobriamente por Michael Caine, que está de vacaciones en un balneario entre montañas en Suiza.

Dicho balneario se convierte en un microcosmos de la raza humana, entre los que se encuentran su hija y asistente personal, Lena (espléndida Rachel Weisz) en plena crisis sentimental; su mejor amigo, Mick Boyle (Harvey Keitel), un viejo director de cine en horas bajas con su equipo de guionistas, que planea su próxima película como un testamento vital y Jimmy Tree, una joven estrella de cine de Hollywood, con aires y presencia de Johnny Depp, que está preparando su nuevo papel (y que vive de que le recuerden por un robot que interpretó una vez), entre otros. Pues por allí pululan un astro de fútbol de pasado gloriosa, una Miss Universo más lista que lo que sus curvas indican, una escort, un budista que quiere levitar y un montañero solitario, y una diva de la interpretación, entre otros personajes.

A través de las conversaciones y relaciones de los unos con los otros nos damos cuenta de que en la vida, no todo es lo que parece a primera vista, que la juventud se desvanece, que el amor se marchita (o perdura) y que el talento es reconocido (o bien malgastado con amarguras).

Así pues, Sorrentino vuelve sobre la dialéctica entre Vida y Muerte, Cine y Vida; Amor y Deseo, Dolor y Amargura, tal y como hizo ya en La Gran Belleza y lo hace sirviéndose de unos diálogos muy elaborados, que invitan a la reflexión y de unas imágenes potentes, que se clavan en la retina del espectador. El comienzo quizás flaquea un poco al lado de La gran belleza, pero el desarrollo y el desenlace es de aquellos que trasponen al espectador en su butaca y le clavan hasta la última nota de los créditos. Por cierto, en la banda sonora, de David Lang, de nuevo, combina música pop con temas de corte más espiritual. 

Sorrentino es un cine de experiencias, de sensaciones, de emociones, de esas que recorren las venas bajo la piel y remueven a uno por dentro. Si os fascinó La gran belleza, Sorrentino la vuelve a clavar, con emoción, pero sin sensiblerías. Cine y vida en estado puro.

SONIA BARROSO.-

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