BABYLON: HISTORIA DEL CINE

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Sexo, drogas y rock… y mucho jazz. Babilonia o Sodoma y Gomorra. Hollywood, capital del pecado, meca de la celebridad. Cuna de orgías. Anfitriona de excesos. Derroche de pasión, de amor y desamor, de sueños y frustraciones, de fiestas, música, baile y conversaciones hasta altas horas de la madrugada. Derroche de alcohol y muchas, muchas resacas. Explosión de vida; tentación de la muerte. Cine, en definitiva.

Todo esto y mucho más es lo que ofrece Babylon, de Damien Chazelle. Una película inabarcable de ritmo demoníaco que, sin embargo, sabe cuando pisar el freno y pasar de la banalidad a la profundidad con un dominio asombroso de ambos estilos. Una cinta de más de tres horas encapsulada en un suspiro, en la calada de un puro, en un trago de whiskey.

Margot Robbie, Diego Calva y Brad Pitt encarnan al trío protagonista en esta representación de los años 20 en la ciudad de los sueños. Los dos primeros luchan por hacerse un lugar en la industria y el tercero por mantenerse en la cresta de la ola. El cine mudo está dando sus últimos pasos y el sonoro irrumpirá con fuerza para cambiarlo todo. Un antes y un después definitivo en la historia del celuloide que marcará por completo a los personajes de Babylon y que se representa a la perfección en el film. De una primera parte sin pausa, llena de comedia y felicidad pasamos a una historia más calmada y dramática, aunque igual de histriónica y desaforada.

Chazelle da una auténtica lección de dirección y de guion, mezclando de forma muy fluida los ingredientes de esta contradictoria comedia dramática, introduciendo montajes en paralelo de los tres protagonistas que le imprimen un ritmo increíble, haciendo auténticas virguerías con los movimientos de cámara – por ejemplo en la secuencia de una fiesta al principio del metraje – y recreando enormes sets de rodaje, todo mezclado en un cóctel con grandes dosis de épica y planos bellísimos.

El foco principal de Babylon se lo lleva el eterno leitmotiv del director: los sueños, siempre al ritmo del mejor jazz. Después de Whiplash, La La Land y El primer hombre, la ambición por llegar a la cima vuelve a interponerse entre los personajes y sus relaciones amorosas e incluso su felicidad. Un anhelo a costa de todo y de todos.

Pero ese no es el único frente en la película, que de forma algo irregular también nos habla de racismo, drogadicciones, machismo, depresiones, suicidios, violencia y un largo etcétera de subtemas que dan vida a todas y cada una de las escenas y personajes secundarios. Chazelle toca muchas teclas y algunas suenan mejor que otras, pero la pieza en conjunto es un auténtico hit.

La música de Justin Hurwitz (mano derecha de Damien en todas sus películas) vuelve a ser una delicia que acompaña magníficamente a esta epopeya cinematográfica y que no pierde en ningún momento la carrera con el vertiginoso guion. Las interpretaciones tampoco se quedan atrás. Diego Calva da un golpe sobre la mesa con una actuación completísima que seguro que lo pondrá en las agendas de todos los grandes realizadores. Pitt está en su salsa, haciendo el gamberro como nunca, pero ofreciendo también algunos de los mejores momentos dramáticos. Y Robbie es la indiscutible triunfadora entre todo el elenco. Su actuación es pura electricidad, magnética como nunca, pasional, sexy, divertida… y a la vez triste, desconcertada y vulnerable. Sin ella, la película tendría que ser muy distinta.

Y Babylon es esencialmente – por muy cliché que suene – una declaración de amor al cine. Así lo demuestran los guiños constantes a intérpretes, directores y productores de la época, además de películas como El gran Gatsby, Érase una vez en Hollywood, Malditos bastardos, Pulp Fiction, Cinema Paradiso o, sobretodo, Cantando bajo la lluvia, con la que guarda una estrechísima relación. Un sinfín de referencias cinéfilas en el mejor de los homenajes y la mayor de las críticas a Hollywood, al séptimo arte. Y es que pasamos de la idealización de la industria en La La Land a una visión crudísima y despiadada. Pero, como quien separa el noble juego del balompié del infecto negocio que gira a su alrededor, Chazelle opone la belleza de las películas y el acto cinematográfico a la sordidez de los que lo hacen posible. Porque el cine sigue siendo cine, y como bien demuestra Babylon, cuando se apagan las luces de la sala, eso es lo único que importa.

MARTÍ ESTEBAN.-

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