JACQUES AUDIARD: DE LA INDIA AL DISTRITO 13, PASANDO POR NIZA Y EL SALVAJE OESTE

PASAJE A LA INDIA Y PALMA DE ORO EN CANNES: DEEPHAN

Tres personas que lo han perdido absolutamente todo, se hacen pasar por una familia con la intención de huir de la guerra civil en Sri Lanka. Emigran a Francia y se instalan en un barrio marginal a las afueras de París. Sin embargo, escapar del terror tiene su paradójico precio…

Jacques Audiard siempre ofrece una mirada cinematográfica estimulante. Posee unas cualidades que le convierten en un autor muy comprometido con la realidad social de su país. La que más me interesa es su capacidad para contar historias que indagan en los sutiles paralelismos entre incapacidad y discapacidad.

Es una constante que se repite en sus mejores trabajos, regalando grandes momentos que se traducen en poderosas imágenes. Ya sea construyendo relatos sobre minusvalías físicas o dependencias emocionales, Audiard es un dotado cronista visual que antepone las sensaciones a la verosimilitud narrativa. No tiene película poco interesante y siempre termina generando un debate inteligente.

Dheepan probablemente sea una de las Palmas de Oro menos brillantes de la pasada década, pero esto no significa que estemos ante un trabajo menor. Con la elección protagonista de un conocido activista y escritor srilankés que fue niño soldado en el conflicto de los Tigres Tamiles, uno espera que, tras la carrerilla cogida por los dos méxitos críticos anteriores del director, estemos ante su obra maestra. Ni lo uno ni lo otro.

La película explora con soltura cuestiones habituales en la filmografía del director parisino, haciendo hincapié en la supervivencia de la identidad tras el desastre, resultando en una unidad familiar tan disfuncional como forzada donde los personajes están dibujados a partir de poco diálogo, recalcando la fuerza universal de las miradas y los recuerdos, teniendo lugar las conexiones más inesperadas.

Se pone de manifiesto el nulo interés de los servicios sociales por integrar a los refugiados de guerra, prácticamente dejándolos a merced del crimen organizado. Esta adaptación a un entorno hostil se plasma en fotogramas como un tenso western urbano que se sigue con interés durante gran parte del metraje.

Hay un esfuerzo en construir una Babel contemporánea en la que las barreras del lenguaje tienen su resonancia en la incapacidad del ser humano de aceptar a su semejante, iniciando así un nuevo ciclo de violencia.

Sin embargo, el discurso pierde fuelle cuando se centra más en los aspectos más políticos. El humanizar al guerrillero o evitar la palabra terrorismo son aspectos que el director se empeña en resaltar varias veces durante la primera hora y cuarto.

Me sorprende que al final se apueste por una sucesión de hechos tan inverosímiles que cueste creer. Son coherentes con la naturaleza de lo que se narra, pero están filmados de una forma bastante atropellada y confusa, abusando de imágenes borrosas y planos cortos que impiden una comprensión de lo que está ocurriendo en pantalla.

Dheepan termina funcionando por repetición y acumulación de sensaciones. Estamos ante un trabajo sólido que, aunque no se encuentra entre los mejores trabajos de su director, tiene mucho que decir acerca de la compleja realidad que nos ha tocado vivir.

DRAMA ROMÁNTICO AL LÍMITE: DE ÓXIDO Y HUESO

Audiard nos brindaba en esta película de 2012 una historia algo trágica, pero compensada por el amor, que sorprende a nuestros dos protagonistas cuando menos lo esperan. Alí (Matthias Schoenaerts) es un padre soltero con un hijo de 5 años a su cargo que acude a su hermana para encontrar un techo bajo el que vivir y un trabajo con el que tirar adelante. Stéphanie (Marion Cotillard) es una domadora de orcas que pierde las piernas tras un accidente en pleno espectáculo. La vida de ambos ha tocado fondo a su respectiva manera, y eso es precisamente lo que acercará a dos personas tan distintas entre sí y hará que surja el cariño entre ellos.

El cineasta francés no hace demasiadas concesiones en este drama romántico. La crudeza de la situación de ambos – especialmente la de Stéphanie, que se ve obligada a adaptarse a un mundo totalmente nuevo e incierto – está representada tal como es, sin colorantes ni edulcorantes. Aún así, la belleza del film reside precisamente en la que encuentran ambos en medio de tanta dificultad.

Aunque pueda parecer que sus vidas carecen de sentido; aunque parezca que han perdido la ilusión, que son personas ariscas sin nada bueno que ofrecer a aquellos que los rodean, consiguen encontrar la fuerza para seguir en los pequeños placeres de la vida. Bañarse en el mar, tomar algo en una terraza soleada o reaprender a hacer el amor son esos pequeños momentos que tanto atesoran y que Audiard nos ayuda a valorar también con De óxido y hueso.

La cinta tiene algunos altibajos y quizá cuesta un poco mantener la atención durante tanto tiempo en una historia tan dura, pero lo cierto es que acierta en no dejar entrever en ningún momento qué va a suceder a continuación, o si optará por un final feliz o uno trágico. Ambos perfectamente coherentes con el tono gris del film.

Schoenaerts y Cotillard están estupendos y reflejan de forma creíble tanto los momentos dramáticos como los ya mencionados pequeños oasis de felicidad. Con sus buenas actuaciones, Audiard consigue vendernos una química que parecía improbable, pero que cocinada a fuego lento acaba por convencer totalmente y hacer de esta dramática producción algo bello y, en ocasiones, hasta entrañable.

EL WESTERN TAN LUMINOSO COMO OSCURO: LOS HERMANOS SISTERS

El salvaje oeste, tanto el mítico como el real, fue un lugar seco, duro y oscuro. Una oscuridad solo iluminada por los destellos provocados por los fogonazos de armas de fuego.

Con esa luz iluminando durante fracciones de segundo la noche comienza Los hermanos Sisters, el western europeo rodado por el francés Jacques Audiard en paisajes españoles, cortesía del empecinamiento de Enrique López-Lavigne, uno de los productores del film y acérrimo defensor del cine de género en general y del western en particular.

John C. Reilly y Joaquim Phoenix encarnan a dos hermanos apellidados “hermanas” – Sisters –; un chiste idiomático que ya se encontraba en la novela del mismo título escrita por Patrick deWitt y adaptada a la pantalla por el propio Audiard y el guionista de cuatro de sus películas, y también director, Thomas Bidegain, en su primera incursión fílmica en inglés.

Los hermanos son personajes contrapuestos; mientras Eli, el mayor, es calmado, paciente y, hasta cierto punto, noble, Charlie es violento, pendenciero y alcohólico, como su padre. Son una pareja complementaria que muestra las dos caras de la sociedad de la época: la que vive por la sangre y la que utópicamente anhela una mecedora en el porche con vistas al paisaje, aunque conseguir la paz conlleve tener que hacer uso de la violencia. No podemos olvidar que pese a que la historia de Estados Unidos es una historia forjada a sangre y fuego como la de todos los países, es demasiado reciente como para que no afecte al desarrollo del país en la actualidad.

Eli es un ser violento, por supuesto, y un asesino, pero un asesino afable que no tiene los rasgos psicopáticos del pequeño y mezquino Charlie. Por esa razón el espectador puede perdonarle según qué actos y llegar a empatizar con él. Por ello y por que se entiende que hace lo que hace en aras de proteger y cuidar a su hermano que es quién le arrastra en ese camino empedrado con casquillos de bala.

Ambos son los asesinos a sueldo del Comodoro -un Rutger Hauer sin una sola línea de diálogo- encargados de cruzarse todo el país para encontrar a Warm –Riz Ahmed- un misterioso personaje que tiene en su poder algo que pertenece a su empleador y después matarle. Para ponerles el trabajo más fácil ha mandado primero al detective privado John Morris – Jake Gyllenhaal- tras sus pasos y éste informará a los hermanos de su paradero definitivo para que sepan donde encontrarle. A partir de ese momento se crearán dos líneas argumentales completamente diferentes -la de los hermanos y la M del fugado y el detective- que están condenadas a converger. Se crearán y romperán alianzas y se matará, se matará mucho.

El viaje de los hermanos será un viaje regado de cadáveres, de descubrimiento personal y de la certeza de que existe un nuevo mundo diferente al que conocen –John C. Reilly viendo en progreso por obra y gracia de un cepillo de dientes- en una narración donde nunca nada es lo que parece y que cuando da a entender que se dirige hacia una dirección vira totalmente de rumbo.

Puede que Los hermanos Sisters sea, estilísticamente hablando, la película menos Audiard de toda su filmografía. Y digo estilísticamente por que los temas de la película ya han sido tratados en otras de sus obras. Desaparecen la cámara en mano, las lentes largas y los planos cortos y emergen los planos fijos, las composiciones panorámicas y un trabajo fotográfico más pictórico que naturalista. Pero Audiard es Audiard y siempre seguirá siéndolo; podemos ver por un lado la sensibilidad y fragilidad de los personajes y por otro, un paisaje hermoso sobre el que Joaquim Phoenix, en primer término orina. La belleza y lo cotidiano. Un lugar pintado por los dioses y manchado  por el hombre. Una estampa de qué es el mundo al fin y al cabo.

Todo tiene cierto tono humorístico y está narrado con la firme intención de volar por los aires la mitificación del salvaje oeste y la fiebre del oro. Los tiroteos no son bellos, son rápidos y confusos; el lenguaje, soez; la vestimenta, raída y sucia; y la moral, no la hay.

Los hermanos Sisters emana una atracción en su choque entre la esperanza de un mundo mejor y la realidad imperante. Al final la época y el lugar son los que son y las leyes que lo rigen fueron publicitadas por Samuel Colt: “Dios hizo a los hombres y Samuel Colt los hizo iguales”. Iguales no, unos tienen un Colt y otros no lo tienen, caballero. Y quiénes ya no pueden cargar con él, deben echarse a un lado e intentar construir otro mundo. Una utopía que se espera y de la que todavía no se sabe nada.

MOSAICO MILLENIAL: PARÍS, DISTRITO, 13

Llegamos al final de este apasionante viaje o Director´s On the Box con su última y maravillosa película, París, Distrito 13. La adaptación de un cómic que traslada con el puño, la letra y la gran sensibilidad de la también realizadora francesa Céline Sciamma. Único Audiard hasta el momento filmado en blanco y negro. Con una planificación cuidada al milímetro, sin dejar un detalle del guión al azar. Todo fluye en este drama sobre tres millenials, dos chicas que acabarán enamoradas, o como mínimo, implicadas sexual y sentimentalmente con el mismo chico. él un profesor, tan encantador como volátil para sus conquistas, una especie de Casanova moderno, que elude todo tipo de compromiso en sus relaciones.

Ellas, la cara y la cruz de una feminidad muy contemporánea. Una, más atrevida en sus palabras y acciones, mientras que la otra, capaz de huir de una relación tóxica para «cocinar» una lección a la figura masculina de la trama para quitarse el sombrero. Lucie Zhang y Noémie Marlant, dos mujeres que saben mucho mejor lo que quieren y cómo conseguirlo. Y que no les gusta para nada que las ninguneen, las rechacen ni que jueguen con ellas ni con sus sentimientos. Saben ponerse en su sitio, y cómo lo logran es uno de los puntales de la película.

Un drama sobre los treInteañeros actuales, inestables laboralmente, siempre en búsqueda de asentarse en sus trabajos y con unas brújulas emocionales cambiantes en función de sus deseos y expectativas, a menudo demasiado caprichosa y egoístamente. Un cuarto personaje toma forma en un drama -que suscitara algunos momentos de comedia, tan frescos como inesperados- que es tan real como la vida misma. En la que seguramente muchos espectadores puedan sentirse identificados y empatizar con los protagonistas o que, incluso les pueda a caer la cara de vergüenza o se puedan sonreír o sonrojar en algunas secuencias y situaciones.

Alabado sea Audiard, un cineasta que es también capaz de poner frente al espejo a toda una generación de millenials en una historia de ficción, muy reconocible. Una auténtica gozada, por la que sale uno flotando de la sala de cine y celebrando estar vivo para poder disfrutar de películas y de filmografía tan ecléctica y estimulante como la de Jacques Audiard. Un regalo para la mente y los sentidos.

ALEJANDRO COSO/MARTÍ ESTEBAN/MANEL SÁNCHEZ Y SONIA BARROSO.-

 

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