Lo que de entrada podría parecer un verano cualquiera para una familia de agricultores en Alcarràs se convertirá en el fin de una era para los Solé. Después de muchas décadas cultivando melocotones en la localidad catalana, los verdaderos propietarios de las tierras – que se las cedieron durante la Guerra Civil sin firmar ningún contrato – reclaman ahora lo que es suyo. La familia se reúne entonces para la que será su última cosecha y para afrontar todos los interrogantes que se plantean en su futuro más inmediato.
Carla Simón crea, con la flamante ganadora del Oso de Oro de la Berlinale, un relato de realidad pura. Con un estilo cercano al documental, pero valiéndose de todas las posibilidades de la ficción, Alcarràs es una oda a la sencillez, a la naturalidad y a la emotividad. La credibilidad de lo que cuenta recae en el guion, que va desgranando a fuego lento las relaciones entre los miembros de la familia y mostrando sus miedos e inseguridades, potenciadas todas ellas por la incertidumbre que los rodea.
Pero el guion también tiene un potente aliado en las maravillosas actuaciones de un reparto no profesional, escogido a través de castings a los propios habitantes del municipio leridano. Todas sus palabras, acciones y gestos transmiten el amor por la tierra y la verosimilitud de lo que en realidad tiene poco de actuación y mucho de mostrarnos su mundo cotidiano. Aunque, para ser justos, lo cierto es que este grupo de debutantes ejecuta con éxito incluso las escenas con más carga dramática, desde el más pequeño hasta el mayor, pasando por todos los miembros de la familia.
Lo cierto es que Alcarràs sobresale en todas las facetas cinematográficas. El uso de la cámara y la fotografía son claves para dibujar un ambiente contemplativo, y hasta relajante en algunas ocasiones, pero también para acelerar la acción cuando la historia lo requiere. Pasamos de la pura observación paisajística, viendo cómo la vegetación baila al son del viento, a la sublimación de las riñas familiares, que van in crescendo a medida que avanza el film y se acerca el temido final del verano.
El carácter autobiográfico impregna toda la película. La familia de Carla Simón también cultiva melocotones en Alcarràs y es evidente el cariño que la directora ha puesto en este proyecto. Lo que intenta (y consigue) Alcarràs es algo tan simple cómo hacernos partícipes de una humilde historia en un pequeño pueblo de agricultores, pero su valor recae precisamente en la universalidad de un relato tan concreto. Simón ha ganado en la Berlinale porque esta podría ser una vivencia plausible en cualquier lugar del mundo. Porque ha sido capaz de mezclar con maestría el amor por el campo, la crítica social por las dificultades económicas que atraviesan los que viven de él y, sobretodo, el más universal de los temas: la familia. Y lo ha hecho hablando del amor, del miedo, de la incertidumbre, del cambio, de los sueños, de la juventud y de la vejez, y de muchas otras cosas. En definitiva, de todo aquello que nos hace humanos.
MARTÍ ESTEBAN.-