AD ASTRA: HASTA EL INFINITO

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James Gray es el director de una de mis películas favoritas de la década de los 00 Two lovers, una historia de amor sobre dos personas rotas por dentro magistralmente interpretada por Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow. Pocos relatos así me han llegado tanto como esta cinta, de ahí que cada vez que el director neoyorkino estrena algo lo celebro como un acontecimiento. Y más repasando su obra anterior al film mencionado, repleto de joyas sobre el hampa de Nueva York mezcladas con historias familiares arrebatadoras, desde su ópera prima Little Odessa hasta la fantástica ‘La noche es nuestra’, un thriller criminal magnífico que merecería más reconocimiento del que tiene. 

Como os he comentado, el cine de Gray tiene la característica principal de hablar sobre las relaciones, sean entre familiares u amorosas, y Ad Astra (A las estrellas en latín) tampoco se escapa de eso, porque tras su fachada especial lo que nos cuenta es la historia de un astronauta roto por dentro, el Brad Pitt más comedido de su carrera, incapaz de sentir emociones tras haber perdido a su padre, también astronauta, hace ya 30 años en una expedición hacia Neptuno. Una señal de que puede estar vivo es lo que hace que Pitt se calce el casco y el traje para salir en su busca, ignorando los avisos de que el que se encuentra perdido no es la misma persona que él conoció. Y precisamente ahí, en el tema emocional, es cuando no conecto con la película. 

Gray consigue meterme de lleno en ella gracias a un primoroso diseño de producción, en el que nos muestra un futuro en el que las estaciones espaciales parecen centros comerciales, casi que hasta puedes ir al cine a ver una película dentro de las mismas, pero no consigue impactarme emocionalmente como si lo hizo en sus anteriores trabajos. Ni siquiera los pocos momentos que tiene Tommy Lee Jones como esa especie de Coronel Kurtz espacial hacen que conecte con esta historia paterno-filial que peca de una excesiva frialdad, así como los pocos matices con los que está trazado el personaje la esposa de Pitt, una Liv Tyler (mi querida Gracie Stamper) que en sus dos escenas no deja de ser un vehículo más para que entendamos la miseria existencial de nuestro héroe, por lo que parece una extra con frase (ha participado más en la premiere veneciana del film que en el mismo). Otro problema que veo es la machacona voz en off del protagonista, pareciendo por momentos estar en una película de Terrence Malick, si a ello le sumas el tono filosófico del relato. Sí que quiero destacar, más allá de lo ya comentado sobre la dirección o efectos especiales, el extraordinario score de Max Richter, colaborador habitual de Damon Lindelof y del que aún tengo fresca su magistral partitura para la menos colosal serie de HBO The Leftovers. 

Ad Astra viene a sumarse a esta nueva ola de cine de «ciencia-ficción seria» que los estudios llevan 4 o 5 años proponiéndonos, concretamente desde los estrenos de Gravity o Interstellar, mucho más accesibles para el gran público que la cinta de Gray. Quizás podríamos equipararla más a First Man, otro relato sobre una persona con un mundo interior complicado pero que, en líneas generales, era un producto más redondo. Es loable que los estudios financien cine adulto de gran presupuesto, así como que Gray apueste por nuevos géneros, pero sigo pensando que en las historias urbanas está más cómodo, como así ha demostrado en la primera parte de su carrera. 

Para concluir quiero citar una frase que le leí al crítico de El país Javier Ocaña a raíz del estreno de Z. La ciudad perdida, porque a pesar de esta ligera decepción, sigo estando muy de acuerdo. Y es la siguiente. 

James Gray es el mejor director desconocido del mundo.

HÉCTOR GARCÍA.-

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