Fanatismo religioso y terror son un tándem prodigioso en el cine. Una tenebrosa fórmula que, por mucho que se haya explotado, no ha perdido ni un ápice de su potencial. La directora de Saint Maud, Rose Glass, lo sabe bien e impregna a este thriller psicológico con un aura de misticismo muy inquietante.
La película se centra en Maud, una ferviente seguidora de Dios que empieza a cuidar a Amanda como trabajadora social tras un enigmático incidente en su anterior empleo. Amanda es una vieja gloria del mundo de la danza marcada ahora por una grave enfermedad y que malgasta sus días entre borracheras, sexo y altas dosis de nostalgia. Maud, que a menudo siente a Dios dentro de ella, está convencida de que su misión es salvar el alma en decadencia de su pobre protegida.
El filme da en la tecla creando una tensión que va in crescendo a medida que avanza el metraje. Glass juega magistralmente con la incertidumbre acerca de qué impulsa a Maud. ¿Tiene algún tipo de trastorno o realmente recibe órdenes de Dios? ¿Cuál es la verdad detrás de sus acciones? ¿Qué es lo que pasó en su anterior trabajo? Todas estas preguntas mantienen al espectador pegado a la pantalla, hambriento de respuestas, pero temeroso al mismo tiempo de encontrarlas.
Saint Maud es un buen retrato sobre las vidas de cuidadora y paciente. El trabajo de Jennifer Ehle en el papel de Amanda y –especialmente –el de Morfydd Clark como Maud son muy convincentes y consiguen transmitir verdadero terror.
La única pega en la ópera prima de Glass, desgraciadamente, es su desenlace. Un desenlace algo decepcionante que, después de tenernos en una tensión constante, solo la materializa en un par de sobresaltos en el asiento.
Una verdadera lástima, ya que Saint Maud, por lo demás, es una película bastante completa que merece la pena ver. Otra interesante obra de terror forjada en su eterno matrimonio con la religión y que, más allá del flojo último tramo, nos regala una genialidad de frame final.
MARTÍ ESTEBAN.-