RICHARD JEWELL: DE HÉROE A VILLANO

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Que Clint Eastwood es todo un clásico lo ha ido demostrando película a película. Desde sus obras maestras, tales como Million Dolar Baby, Los Puentes de Madison y Gran Torino, por citar sólo algunas, me ha ido emocionando por su manera de impresionar al espectador de la manera menos pensada con unos personajes tremendamente honestos y de fuertes convicciones. Podríamos inscribir Richard Jewell en la corriente de films sobre héroes anónimos en historias basadas en hechos reales. En este caso, el protagonista de esta nueva película del casi nonagenario director es el guardia de seguridad, que impidió una gran masacre durante un concierto en el Centennial Park durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996.

Eastwood nos explica cómo se puede forjar un héroe cotidiano de la noche a la mañana y cómo, por la paranoia antiterrorista de encontrar enseguida un cabeza de turco, este mismo héroe puede convertirse en un villano, en el punto de mira de la sociedad, convertido en «carnaza» para la prensa. En definitiva, en el enemigo público número 1 por culpa de la investigación y persecución que sufre por parte del gobierno, el FBI y la condena por parte de los medios de comunicación. Eastwood expone de manera clara y concisa este proceso, con contundencia, criticando con ello al papel de los estamentos públicos y de los media.

Además, el retrato del protagonista, de este falso culpable, está muy bien construido, y ayuda enormemente a ello la interpretación de Paul Walter Hauser, un hombre de clase media norteamericana, regordete y bonachón, que vivía con su madre y que soñaba con convertirse en miembro de las fuerzas de la ley y el orden. Le acompañan Sam Rockwell, como su avispado e irónico abogado defensor y, muy especialmente, una emotiva Kathy Bates, como Barbara, la sufrida madre del protagonista -menudas escenas que se marca, especialmente el discurso de defensa a su hijo-, que acaban de poner la guinda a una de las películas más interesantes de este nuevo año que va a comenzar.

Personalmente, no entiendo que cuente tan poco en la temporada de premios. Bueno, seguramente por la crítica a los poderes públicos y al cuarto poder del que hace gala Eastwood. Un Eastwood no se muestra nada complaciente ni con el gobierno, ni con la policía ni con los mass media en una película que acaba por tocarnos, de nuevo, como sólo sabe hacer el maestro, la fibra sensible, sin por ello ser sensiblero ni en exceso, sentimental. Imprescindible.

SONIA BARROSO.-

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