THE FOREST OF LOVE: SION SONO EN ESTADO PURO

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Hablar de una película de alguien tan peculiar como Sion Sono es todo un reto. Básicamente porque es de esos directores únicos y su filmografía es tan variopinta como su propia persona. La primera vez que le ví en directo, en una sesión nocturna en Sitges, me pareció ver a un Tim Burton a lo japonés, despeinado y con un sombrero que aún acentuaba más su de por sí loca filmografía. Y es que hay mucha locura en Sono y en sus películas, así que complicado es poco cuando nos referimos a hablar de su última película recién estrenada en Netflix, The forest of love

Tras un breve paso por el Festival Internacional de Sitges (tuvo dos pases, uno en la sala Tramuntana y otro en el Prado dentro de la sección Seven Chances) ahora la tenemos en Netflix como el primer proyecto (de muchos espero) en que Sono ha colaborado junto a la plataforma de pago. Precisamente, gracias a Netflix podemos disponer de un amplio catálogo de cine oriental de todo tipo que si no fuera por ellos (o por otras opciones como Filmin, tambien muy involucrado en el cine oriental) no podríamos ver más allá de festivales de género. En este caso la historia gira alrededor de un grupo de personajes de lo más variopinto: dos chicas con lastres de su pasado y una conexión emocional perturbadora, un maníaco cantante famoso por sus conquistas femeninas, un grupo de jóvenes cineastas que quieren rodar una película al precio que sea y un asesino en serie que la prensa y la policia trata de encontrar. La mezcla es cuanto menos explosiva aunque con una duración un tanto excesiva si uno no está entrenado en el cine oriental (2h30’). 

Contar más sería destripar la película así que no daré más detalles. Sólo decir que la trama juega a muchas bandas y no todas convencen a lo largo de la película, aunque al final todo confluye y dá una respuesta satisfactoria además de sorprendente (que si no, no sería de Sono). La película está repartida en capítulos básicamente para centrar y contextualizare a cada personaje o trama. Aquí Sono nos muestra que no tiene prisa en contar la historia o llegar al explosivo final: su historia es otra, y su historia es una historia de amor, pérdida, control y desesperación. Un triángulo amoroso y obsesivo es el centro de la trama y todo gira a su alrededor. Con un trasfondo de “Romeo y Julieta” casi como una parodia suya por parte de Sono la película nos ofrece una mirada dura y cruel a temas como el no sentirse amado tanto por tu ser querido como por tu familia, la muerte como válvula de escape y solución a todo (tanto en formato asesinato como en formato suicidio), la dominación/sumisión de ciertos personajes hasta la mismísima locura y el sexo como arma manipuladora. 

En manos de otro director podría ser un drama de proporciones épicas pero ahí aparece Sion Sono para girarlo todo. Y aquí el equipo de grabación de cine vuelve para dar el revulsivo y repulsivo) cambio de timón. Si uno ha visto la maravillosa, divertida y salvaje Why don’t you play in hell?, de Sono, aviso que hay nexos en común. Aunque en ese caso la película jugaba más en el género de acción y comedia, aquí es como la versión retorcida de aquel grupo de cineastas. Y retorcida significa muerte, tortura, depravación y mucho gore (aunque solo sean dos-tres escenas son de un recreamiento anatómico y visceral fastuoso). Poco a poco la película se acerca a su climax y uno ya está convencido de que lo que va a ver no va a ser agradable. Pero ojo, Sono siempre quiere sorprender y el final contiene un giro casi a lo sobrenatural en dos escenas que uno se queda pensando en si la película contiene otro mensaje: el de ser una historia de fantasmas que vuelven a ayudar o a castigar a los culpables. 

Lo que sí es cierto es que Sono no deja indiferente. Su cinta añade al final algo parecido a una broma interna: un mensaje donde nos hacen entrever que lo que hemos visto es verdad, que ocurrió en el mundo real y por más que he buscado no encuentro la referencia o cita en que se basa. Porque no es cierto. Porque para Sono todo es una broma macabra, hasta la realidad. 

SONIA BARROSO.-

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