EN LOS 90: SKATE Y CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES

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Jonah Hill es conocido en su faceta de actor, con películas que van desde comedias teen como Supersalidos hasta dramas adultos como El lobo de Wall Street y Moneyball. Con En los 90 debuta en la dirección y la verdad es que lo hace con bastante nota. La que, a simple vista, podría ser la historia de unos «niñatos descerebrados» de diferentes edades y condiciones, que practican skate, fuman, beben y se divierten durante un verano Ángeles a mitad de la década de los 90´s en la mano de Hill adquiere más profundidad.

La película sigue a Stevie, un chico de 13 años, (qué prodigio Sunny Sulfic, habrá que seguir la carrera del niño de El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorgos Lanthimos) que no se siente feliz en casa (madre sola y ausente -Katherine Waterson- y hermano problemático que le propina algunas palizas -Lucas Hedges-). Cuándo conoce en una tienda de skate de su barrio a «Mola Mazo» -un joven afroamericano amante del skate y de la diversión sin límites-, al mejor amigo de éste, Ray -otro afroamericano que sueña con convertirse en skater profesional-, a «Parvulitos» -que desea ser director de cine- y al más pequeño, Ruben, se le abre otro mundo lleno de posibilidades junto a chicos más mayores, y vivirá con ellos el sentimiento de pertenencia a un grupo, sus primeras amistades, diversiones e incluso, experiencias sexuales.

La mirada de Hill se fija en un colectivo, el de los skaters, que integra a sus nuevos miembros, sin juzgarlos, para contar una historia de hermandad entre ellos, de búsqueda de la identidad de cada uno y de persecución de sueños y aspiraciones. La película respira sinceridad y honestidad, gracias a la labor de sus actores y de un guión bien elaborado por el mismo Hill, a veces entre conversaciones banales e intrascendentes, y otras más profundas.

El protagonista vivirá su particular coming-of-age, sus ansias de libertad y de rebeldía durante un verano que seguramente ampliará sus horizontes. El film no es ni Los amos de Dogtown, de Catherine Hadwicke, ni tampoco las comedias de Kevin Smith, aunque tiene elementos, pasajes y personajes que nos las podrían recordar.

La excelente banda sonora de Trent Raznor y Atticus Ross constituye otro de los argumentos a favor de una ópera prima que, si bien no es perfecta, es un buen dramedia, que respira melancolía e incluso, no evita las secuencias algo duras -aunque no desagradables-.  Además, da qué pensar sobre algunos aspectos referentes a la adolescencia, a la construcción de una identidad propia, a las falsas apariencias y a cómo se puede hacer el tránsito de la niñez a la adolescencia sin perder ni un ápice de autenticidad para que la vida adulta no se convierta tan sólo en una pose.

SONIA BARROSO.-

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