EL GORDO Y EL FLACO: RESPETO REVERENCIAL Y ODA A LA AMISTAD

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El gordo y el flaco o Stan y Ollie, nombre original del dúo, son historia del cine clásico. A la altura de los hermanos Marx o de Charlie Chaplin, la pareja gozó de una enorme popularidad, para finalmente caer al infierno del olvido. Justo la situación en la que les deja esta caída es la que retrata el largometraje.

La historia arranca con la pareja de cómicos en su mejor momento, son estrellas del cine amadas por el público y protegidas de sus escarceos amorosos por los productores. Sin embargo, tras un enfrentamiento de Stan (Steve Coogan) con uno de los productores, la historia da un salto en el tiempo hasta llevarnos a una época en la que los espectadores piensan que están retirados y los productores no quieren invertir dinero en sus películas. Esta delicada situación les lleva a realizar una gira por los teatros de Reino Unido con el fin de convencer a un productor de que invierta en su nuevo filme, una peculiar adaptación de Robin Hood. Pero lo que ellos esperan que sean grandes teatros llenos de público, es muy diferente de lo que terminarán encontrando…

Una de las cosas que más llama la atención de esta biopic es el enorme respeto que profesa tanto la dirección de Jon S. Baird, como el guión de Jeff Pope por sus protagonistas. Lejos de querer retratar las polémicas de la época o crear un drama en torno a las miserias del olvido, siempre tratan de entregarnos algo amable y cariñoso. Llegas a tener la sensación de que en lugar de estar representando la vida real de los actores, está representando las vidas de sus míticos personajes.
En gran medida, la película es esclava de ese respete casi reverencial, y no termina de aprovechar por ello todo su potencial. Parece ir siempre con el freno de mano echado con la intención de no desmerecer o desprestigiar a sus personajes, quienes no tienen jamás ninguna salida de tono, ni siquiera en sus peores momentos.

Los actores están inmensos, desde el primer plano al último, jamás tienes la sensación de estar viendo a John C. Reilly o Steve Coogan. Ambos están absorbidos por Stan y Ollie, y si bien su caracterización no es mala, son sus gestos o su forma de andar lo que lleva a que por poco más de hora y media El gordo y el flaco vuelvan a estar vivos. Sus interpretaciones se ven reforzadas por una cariñosa y comedida Shirley Henderson y una divertidísima Nina Arianda en los personajes de las esposas de los protagonistas, y Rufus Jones en el papel menos agradecido, pero que gracias al buen hacer del actor consigue brillar.

En definitiva, que nadie espere una historia de los intrincados de Hollywood o de anécdotas sobre los protagonistas, estamos ante una película familiar que busca rendir un homenaje a dos actores que dieron muchas alegrías al público, pero sobre todo estamos ante un enorme canto a la amistad.

JOSU DEL HIERRO.-

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