EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTE: GILLIAM DREAMS

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Si buscáis en el diccionario un sinónimo de bizarrada o locura excesiva debería aparecer asociado  el nombre de Terry Gilliam, un soñador y visionario del celuloide que hace 25 años decidió que quería hacer un particular homenaje a Don Quijote de la Mancha y que no pararía en el intento hasta conseguirlo. El aura de película maldita ha acompañado a este actual El hombre que mató a Don Quijote y ha hecho que, durante este cuarto de siglo, hayan aparecido multitud de nombres asociados a los protagonistas de este proyecto, Johnny Depp, que sería el primer «Sancho Panza» o los ya fallecidos Jean Rochefort -que tuvo que abandonar tras la operación de una hernia discal que le impedía montar a caballo- y John Hurt se postularon como «Don Quijote». Incluso ha planeado sobre la película un juicio por derechos de autor del ex-productor del film Paolo Branco, que estuvo en la edición reciente del festival de Cannes, esperando que no consiguiera ser la película de clausura del certamen. Pero Gilliam ha sorteado como su Don Quijote los molinos de viento, gigantes y todo tipo de obstáculos que no le han impedido que, por fin, esta semana. el viernes 1 de junio, pueda estrenarse su tan anhelado proyecto vital. Un film que lleva el sello inconfundible del autor de Brazil, Las aventuras del Barón Munchausen, Miedo y Asco en las Vegas y El Imaginario del Doctor Parnassus -donde la muerte de su protagonista, Heath Ledger le obligó a sustituirle por la tríada Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell en una solución fílmica tan extraña como se le puede presuponer al ex Monty Python-.

La historia nos relata las peripecias de «cine dentro del cine» de Toby (Adam Driver), un director estadounidense totalmente perdido e insatisfecho que ha vuelto a rodar a La Mancha una versión más lujosa y con mayor presupuesto de Don Quijote, su primer film de juventud con el que se graduó en cine 10 años atrás. Pero sus sueños no le han abandonado y decidirá regresar a la localidad donde rodó su primera película,  y allí descubrirá que el protagonista de su Don Quijote (Jonathan Pryce) vive, pero no de la forma que esperaba, pues han cambiado mucho las cosas en todo este tiempo. Asimismo, se reencontrará con una joven, Angelica (Joana Ribeiro) que fue su antigua musa, de la que estaba enamorado, pero que tampoco es la chica dulce e inocente que recordaba…

Y, envuelto en mil embrollos y aventuras cada vez más rocambolescas (¿o debería decir «quijotescas»?), vivirá una doble vida como Sancho Panza, por un lado, y como Toby, el director de cine, por otra. Entre el sueño y la realidad, entre el presente y el pasado, en un mundo de fantasía donde la locura y la cordura están pendiendo de un fino hilo, las aventuras «caballerescas» de Don Quijote y Sancho Panza volverán a cobrar vida ante nuestros ojos. La gran inventiva visual y el barroquismo de Gilliam se pone al servicio de esta historia tan bizarra, tan excesiva, tan aparentemente «sin-sentido, y digo aparentemente porque, en realidad, Gilliam ha querido sacar todos sus demonios interiores como autor maldito y hacer una oda a la persecución de los sueños de juventud y a la necesidad como autor de no corromper ni traicionar su espíritu original a cambio de las melifluas lisonjas que puedan proporcionar la fama, el poder, la lujuria y el estatus de director reconocido. No en vano, las malévolas figuras del productor (Stellan Skarsgaard) y del magnate ruso (Jordi Mollà) e incluso de la mujer del productor y prototipo de femme fatale que interpreta Olga Kurylenko resultan de lo más significativas. Aunque, particularmente, hemos quedado fascinados por la complicidad tan extraordinaria y por la carismática locura que exudan por cada uno de sus poros Adam Driver y Jonathan Pryce, dos piezas claves que le dan sentido al sinsentido.

En definitiva, que El hombre que mató a Don Quijote es tan arriesgada como imperfecta, tan divertida como patética y delirante y, por lo tanto, no es manjar para todos los paladares. Goya, Fellini, Kusturica, las referencias surrealistas  y los homenajes literarios a Don Quijote recorren este film maldito tan lleno de pasión, de locura y, por ende, de vida. La osadía de haberse estrenado ya merece como mínimo, un toque de atención. Hay que ser un soñador, tener mucho sentido del humor, nulo sentido del ridículo y gran capacidad de autocrítica para parir algo como El hombre que mató a Don Quijote. Y de todo ello, Terry Gilliam demuestra ir más que sobrado.

SONIA BARROSO.-

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