LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO: LIBERTAD DE PRENSA

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Desde hace unos años, Spielberg nos suele dar dos caras de su cine: Una mucho más parecida al Spielberg de «siempre», basado en el cine de evasión como Mi amigo el gigante o la próxima Ready Player One. La otra, que es la que parece sentirse mas cómodo actualmente es la del Spielberg político, el que se sube al púlpito para hablar sobre la historia reciente de los Estados Unidos, como en Los Archivos del Pentágono. Por lo que respecta al segundo, se trata de un tipo de cine prácticamente inédito en las pantallas y más con los medios disponibles. Probablemente, sea el director de Tiburón el único cineasta actual capaz de hacer cine de autor de gran presupuesto sin importarle ni lo más mínimo la taquilla. No en vano, es leyenda viva del séptimo de arte y durante varias décadas, su gran rey Midas. Puede permitírselo y más si su cine sigue alcanzando cotas tan grandes de virtuosismo.

En el caso de que nos ocupa, el director de Munich nos sitúa en 1971 en la época de la presidencia de Richard Nixon. Para resumir el asunto, diremos que el director del Washington Post, Ben Bradlee, recibirá unos papeles confidenciales que prueban las mentiras de hasta cuatro administraciones presidenciales. La más sonada es la referente a un tema de actualidad en ese momento: El estado de la guerra del Vietnam, vendida como una victoria cuando estaba siendo justo lo contrario. A partir de aquí, la historia plantea el dilema moral de publicarlos o no debido a la oposición del gobierno y las consecuencias penales que dicha decisión puede afectar tanto al propio Bradlee como la dueña del periódico, Katharine Graham.

Así pues, Los archivos del Pentágono, -que así se ha traducido en España The Post-, es un film sobre el periodismo y la libertad de la prensa. Pero es más que es eso. Se trata de una endiablada crónica de la redacción de un periódico concentrada en unos pocos días filmada a través del superlativo manejo de la cámara del director de War Horse, la fotografía luminosa y ligeramente arenosa de Janusz Kaminiski, que nos transporta a casas, despachos y redacciones y con un montaje preciso -no se va de metraje, dura lo que tiene que durar- y plenamente moderno del gran Michael Kahn. El resultado es una película calculada y de un grado de exquisitez formal al extremo donde Spielberg usa el espacio del plano de forma casi surrealista de tal modo que como los grandes cineastas la imagen se convierte en un personaje más.

No obstante, el problema le encuentro justamente en los personajes. No creo que sea problema de actores. Es más, tanto Tom Hanks y Meryl Streep cumplen perfectamente con lo esperado, así como el resto de secundarios, tales como un Bradley Whitford irreconocible o Bob Odenkirk. Pero creo que la figura de la clase obrera, que al fin y al cabo es la gran afectada por la denuncia de la película, se reduce a un personaje muy diluido en cierta colectividad y con presencia casi anecdótica. Dicho de otro modo, prefiero al Spielberg de El Puente de los Espías, por poner un ejemplo, en la que los afectados tenían presencia mas pronunciada. Y como aquí eso no lo encuentro, eso es lo que me sucede con The Post. Para mí, ésta es es una película que funciona como un reloj, pero con la que no acabo de empatizar con las razones de los personajes para realizar, lo que por otra parte, me parece un derecho completamente ineludible. En fin, que supongo que esto es lo que puede ocurrir con el cine político.

En definitiva, se trata de un film que contentará a aquellos que busquen un entretenimiento adulto, y a los amantes del periodismo y del cine periodístico -ojo a las referencias a A Todos los hombres del Presidente y no decimos nada- y sobre todo para aquellos degustadores del buen cine. Porque el día en que Spielberg no esté, será casi utópico encontrar cineastas a su altura fílmica.

JOAN BOTER.-

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